Cleia en Terrorland

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Al fondo de la calle llena de pararrayos a través, ferozmente atacados por los relámpagos que descendían desde las negras nubes, estaba la pequeña casa verde.
Caminando bajo la pesada lluvia, iluminada por los brillantes rayos, Cleia se dirige a la puerta de la ominosa casa. La puerta se hallaba abierta para la pequeña Cleia, aguardando oculta y ansiosa su llegada.

Destinada a encontrar la casa desde su nacimiento, Cleia ingresa y se topa con una iluminada habitación de un pálido color verdoso. Roída, podrida, con extraños y exóticos objetos y cuadros tan monstruosos que lo harían desear a uno que fueran pinturas y no fotografías, puesto que mostraban las escenas más horripilantes que una mente humana podría imaginar. Al fondo de la casa se encontraba un hombre oscuro, sonriente, tras una mesa decadente, que saluda amablemente a Cleia, diciéndole que estuvieron por años aguardando su llegada.

-Aquí está todo lo que buscas. Todo lo que necesitas.-
Le señala a Cleia una puerta de plata al fondo de un estrecho pasillo.
Como hipnotizada por una fuerza inexplicable, Cleia comenzó a caminar por el húmedo pasillo, sintiendo cómo los ojos del hombre oscuro se clavaban en sus pasos. Había algo que llamaba la atención de Cleia y le impedía detenerse, algo familiar en todo ese tétrico ambiente, la casa, el hombre, el muñeco, el pasillo, la puerta plateada que se disponía a abrir...

Del otro lado de la puerta se presentaba ante Cleia un mundo totalmente diferente al que había dejado. Tras ella la fija mirada del hombre oscuro y su sinuosa sonrisa la continuaban atormentando, mucho más que el horrible paisaje que se presentaba ahora ante ella.
Criaturas que jamás había visto, ni en el sueño más afiebrado, cortaban las nubes con innumerables alas; seres devorando criaturas que se erguían desde el océano para yacer luego sin vida en la tierra, consumidos por un depredador; árboles con formas que insinuaban malicia y desgracia; infinidad de nubes que obstruían la luz que las estrellas trataban de entregar; y el viento que le susurraba al oído nombres de almas olvidadas.

-Esto es el despertar, esto es Terrorland.-
Escuchaba en un distorsionado eco que se perdía en la distancia del horizonte infinito.
El hombre oscuro parecía aún estar detrás pero solo se escuchó la puerta cerrarse y desvanecerse en la nada. Ahora Cleia se encontraba frente a un mundo que jamás habría imaginado, pero que esperó su llegada desde el día en que nació.

Después de caminar por horas aparentemente interminables a través de la eterna noche de Terrorland, Cleia se encontró con un hombre que parecía ser muy amable y carismático, quien le pidió que lo acompañara a su cabaña. El hombre se hacía llamar 'Vida'.
Era un hombre alto y robusto pero con una expresión muy tácita.
Dicho hombre era muy sabio, le contó a Cleia muchas historias de personas que habían llegado muy lejos en los parajes de Terrorland, personas que habían llegado a conocer jardines bellísimos, conocido a las tres reinas y charlado con los siete magos. Cleia escuchó historias maravillosas de aquel mundo pero quería conocer más que eso.
La curiosidad y el instinto natural de Cleia la llevaron a abrir el cráneo de Vida para estudiar el funcionamiento de su cerebro pero notó que no era más que una masa rugosa y viscosa. No halló esos fantásticos recuerdos, esas bellísimas imágenes, ese maravilloso conocimiento. Vida ahora le parecía un charlatán, ya que nada de lo que tenía en su memoria se encontraba en realidad en ese minúsculo y patético hipocampo.
Decepcionada, Cleia continuó su camino perdida en la inmensidad de estas tierras desconocidas y deprimentes pero que prometían algo bellísimo, siempre sintiendo la mirada enfermiza del hombre oscuro observando cada uno de sus pasos.

Al cabo de incalculables horas Cleia oyó pasos tras ella, movimiento en los arbustos y susurros en las sombras. Antes de poder reaccionar fue apresada por tres hombres encapuchados. Hablaban un dialecto que parecía muy arcaico y que no le permitía a Cleia formarse idea alguna de lo que le esperaba.
Los hombres la llevaron a un pequeño palacio muy derruido y consumido por la desgracia. Retratos de personas en profundo dolor se encontraban colgados a lo largo del pasillo por donde trasladaron a Cleia hasta la presencia de un trono hecho con larguísimas estacas, decorado con cráneos extrañamente alargados, en el que se sentaba un gran ser gris y delgado, de cuatro brazos y ojos totalmente negros como la muerte de toda estrella.

-¡La Reina Ruina se pronunciará!-
Exclama uno de los hombres encapuchados sentado al costado del trono de donde el ser gris, la reina Ruina, alza una mano en la que sostenía una brillante esfera y con una aspera voz dice: -Cleia... La forastera... La extraña... De donde provengas no importa aquí, lo que busques tampoco. Lo que nos concierne es que jamás debiste haber llegado acá, y jamás tus mundanos ojos debieron haber apreciado las maravillas de este mundo. Ésta es tu mente, Cleia, yo poseo tu aliento y tus latidos ahora y, hasta que aprendas la lección, el Primer Mago, Zachaarra Bai, se hará cargo de ti.-
Así luego uno de los hombres encapuchados se acerca a Cleia y le pone un aro de acero a través de su pecho para presionarlo, y una mascara para reducir el aire que entra a sus pulmones.

-Ahora entrarás en el viaje real, Cleia. ¿Quieres conocer la verdad? ¡Hahaha!
Ahora sabrás lo que es real.
Duerme.-
Esa última palabra parecía hacer un eco interminable en la mente de Cleia que caía desmayada por la presión y la escasez de oxígeno en su cerebro.

Lentamente, y con dificultad, Cleia despierta en un sueño que la recibe con la maquiavélica risa del Primer Mago estremeciendo los cielos como un trueno.
Se levanta y observa la nueva tierra frente a sus ojos: un yermo de roca con dantescos picos por todos lados, culminando en un horizonte cercado por gigantescas montañas. Más allá del gris horizonte un ciclópeo ser antropomorfo, brillante como el oro, camina indiferente ante el resto del mundo.
Una figura cónica, completamente negra, se suspende en el aire y de su punta, dirigida al suelo, se desprenden descargas eléctricas que rasgan los suelos intempestivamente.
Sin lograr controlar su cuerpo, Cleia comienza a caminar en dirección a la cónica figura. De alguna manera su inconsciente le decía que había allí algo que ver, algo que aprender.

A los pocos pasos se le acercó una burlesca criatura amorfa, que cantaba una canción con una satírica lírica, quien luego de callar por segundos y observar a Cleia le dirige extrañas palabras: -Aprecia aquí con detención el cielo, porque más allá no querrás mirar ni el suelo.- Y estallando en carcajadas desapareció de la vista. Cleia comenzó a apretar el paso hasta detenerse al toparse con una amorfa criatura que le anuncia: -Aquí haz descansar tu inútil cuerpo frío y pálido pues, si sigues tu camino, no hallarás al sol cálido.- Y estallando en una burlona carcajada se alejó velozmente.
Cleia comenzó a correr dominada por el terror, dirigiéndose desesperadamente al cono que parecía tener palabras talladas en él, que podía distinguir mejor conforme se acercaba pero al leer la horrible verdad inscrita en la figura, Cleia cayó destrozada de rodillas al suelo de roca, mientras se acercaban más de los seres amorfos y guasones, de diferentes dimensiones y colores, uno a uno tomando a Cleia con una especie de extremidad en forma de brazo con largos dedos mientras recitaban al unísono: -Hora de dejar Terrorland, horrendo ser, que al sueño de la realidad debes volver. Muerta ahí caminarás, fingiendo vivir, hasta que este pútrido cuerpo decida al fin dormir.-

Cleia en TerrorlandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora