RESIGNACIÓN

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El día había llegado, la gente llena de regocijo se reunió a la entrada de la iglesia esperando con ansias la unión de la feliz pareja.

El chico de ojos heterocromaticos yacía ya en el altar esperando a la llegada de su futura esposa, una gran sonrisa esbozaba en su rostro dando lugar al tintinear de las campanas. Finalmente un vehículo arribó el lugar, dejando ver a quien llevaba dentro, la chica bajó sutilmente dejando observar detalladamente el vestido, sencillo pero elegante en demasía.

Sí bien los asistentes estaban llenos de júbilo, había uno en particular que permanecía renuente en una esquina, deseando poder estar en una pesadilla. Jamás podría tenerla, lo había terminado de aceptar y a pesar del dolor que le causaba ahí estaba, presente en el día más importante para su mejor amigo, demostrándole su apoyo hasta el final. Después de todo Lysandro fue quien a cada momento estuvo presente para el, así fuera en las peores circunstancias.

Sin esperar más la ceremonia dio comienzo, los presentes ante una mirada atónita admiraban lo bella que lucía la novia, irradiaba felicidad no había duda alguna; siguió el pasillo hacia el altar preciosamente adornado con rosas blancas y azucenas, lo que le daba al ambiente un aire más elegante y emotivo, marcando su camino con un hermoso lienzo en blanco.

Y al fin las miradas se cruzaron, miradas mutuas que denotaban absolutamente el amor de el uno por el otro, ambos dispuestos a apoyarse incluso en los momentos más difíciles, aún si de la peor epidemia de tratase, ahí estarían brindándose lo mejor con tanto ahínco, aceptando así el unir sus vidas para siempre hasta que el dulce llamado de la muerte los separase.

Fue entonces que el sacerdote se dedicó a proferir su sentencia «Quien se oponga a este matrimonio que hable ahora o que calle para siempre»

Su ansiada pedrada había caído, aún inerte en aquella esquina solo se limitó a suspirar, nada podía hacer. Sumido en su debate interno entre intervenir y dejarlo estar, optó por lo segundo; ella lo había elegido a el y el a ella, si bien los tres estrecharon lazos a lo largo de la relación sabía perfectamente que el salía sobrando.

Y finalmente, ante la ausencia de oposiciones la larga pausa de silencio se rompió con un rotundo «Los declaro marido y mujer»

Aquellas fueron las palabras que volvieran oficial dicho matrimonio, un tierno y apasionado beso lo había terminado de confirmar. Una frustración enorme le calaba hasta lo más profundo de su ser, pues ahora el reprimir todos aquellos sentimientos ya no era una necesidad si no una obligación.

Aún embelesado por aquella sonrisa miró fijamente hacia ellos, ambos se complementarían perfectamente, no había duda. «Vive y deja vivir» fue la última frase que había dicho antes de abandonar el instituto, quien sería el si contradijera sus propias palabras, inspiró profundo y dio pasó a su resignación, pues a pesar de estar al lado de Yeleen hubiera preferido mil veces permanecer junto a Sucrette.

Cuatro años la dejó de ver, cuatro años que en silencio sufrió. Conoció a la morena en los inicios de su banda, y el apoyo que ella le brindó lo hizo admirarla y verla con nuevos ojos. Encontró en ella un refugio, un soporte que estaría ante cualquier circunstancia solo para el; una ilusión momentánea, pues cuándo los sentimientos van más allá del tiempo es difícil que se esfumen. Y un día, de la nada, entre la multitud de gente habitual en sus conciertos la volvió a ver, ¿por qué tenía que haber vuelto a la ciudad, justo cuando había creído haberla superado?

De sus pocas estancias en la ciudad, la vio salir un par de ocasiones con el chico de la cafetería y el que ella compartiera habitación con su novia lo hacía sentirse lejano a lo cercano.
Él, a pesar de sus cargadas ocupaciones aún mantenía el contacto con Lysandro, sabía que la extrañaba tanto como el. Una vez recupero sus agradables pláticas con aquella chica, supo de inmediato que el corazón de esta aún le pertenecía a su mejor amigo.

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