Una sirena en tierra firme

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Una joven sirena llamada Sairen estaba muy alegre, por fin sería su momento, iría al mundo de los humanos, las demás siempre por una cosa u otra la incomodaban diciéndole que no estaba lista. Pero todas ellas, incluso su madre, fueron a tierra firme a los 14 años, la jovencita ya cumpliría 16, por fin sería su momento.

— Cuidado Dasha, hay aquí viene la "humana", no la toquen que se pondrá a llorar. Por su culpa todas... — empezó a burlarse la pelirroja.

— Deja de molestarme o... — la interrumpió la más joven.

— Te acusará con su mamá, Hakai, vayámonos — la rubia reía con sus dientes en forma de sierra — hablando del diablo.

— ¿Qué pasa? — preguntó molesta la madre de Sairen.

— Nada madre.

— Adiós Haoya — dijo la que hacía de líder, a la adulta, y se fue con su amiga.

Cuando quedaron solas madre e hija guardaron silencio un rato.

— ¡Por qué no me dejan en paz madre! Siempre me tratan mal, y cuando vamos al frenesí de sangre no quieren dejarme comer.

— No les hagas caso, cariño, ya oscurece, mejor vamos a descansar, mañana será tu gran día.

Antes de dormir la adolescente se preguntó por enésima vez porque las demás la trataban así, desde que tenía memoria siempre la golpeaban. Tuvo que aprender a defenderse mucho más joven que lo normal entre las sirenas. Ellas tenían los dientes filosos, en vez de uñas, sus manos terminaban en garras, Sairen no era distinta a sus compañera o a su madre, aunque a veces tenía unas ideas algo raras para ellas, siempre se sintió atraída por la tierra firme.

Esa noche se prometió que demostraría que podía ser como cualquiera de las demás. Estaba tan nerviosa que durmió casi nada. Llegado el momento comió la planta secreta y recitó un hechizo ancestral, su cola de pez se partió, y se convirtió en piernas, perdió sus zarpas y dientes de piraña. Tuvo que salir rápidamente a la orilla de mar, sus pulmones ahora necesitaban aire. Se arrastró en una playa solitaria a la arena.

— Hija, sabes que me preocupa que vayas sola, pero es tu deber y obligación, eso no puede quitártelo nadie, cumple tu destino como todas.

— Mamá, me preparaste todos estos años, sé que debo hacer, demostraré que soy como las demás.

— Cuídate mi amor — se abrazaron, antes que la mayor regresará al mar le dijo sus últimas palabras a su hija — recuerda, solo tienes tres meses para la misión, si fallas sabes que lo que nos pasará.

— Lo sé, no te defraudaré.

Al pararse Sairen sintió la arena seca e incómoda en su piel, al tratar de caminar le dolieron los pies, nunca antes había llevado su peso en las extremidades inferiores, se despidió con una sonrisa de su madre, para concentrarse en su objetivo.

Unos metros más allá se encontró con el contacto, era un pescador humano, que por algo del metal dorado que ellas rescataban en los barcos hundidos, les daba casa y comida mientras duraba su búsqueda, se hacía pasar por el padrino de las sirenas que iban en su búsqueda, se llamaba Uragiri.

— Te ves mayor que todas las que han venido por primera vez.

— Que te importa humano. Acá tienes la mitad de tu paga, al otro día de lo que sabes se te dará lo que falta.

— Ponte esto — le pasó un pantalón y una polera — no es normal que las personas anden desnudas — la miró lascivamente, pero sabía que no podía tocarla, si no quería perder el negocio que tenía con esos seres, o hasta la vida, sabía que con ellas no se jugaba.

Cuentos Oscuros. La SirenitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora