—Existe una ligera diferencia entre la teoría y la práctica, como usted sabe. Y cuando se es militante comunista, y materialista científico, y admirador de la revolución rusa, la teoría es extremadamente chusca. ¡Había de por usted hablar a su joven amigo acerca el asesinato! El asesinato político es, por supuesto, lo que le interesa especialmente; pero no hace grandes distinciones entre las diferentes ramas de la profesión. Según él, todas son igualmente inofensivas y moralmente indiferentes. Nuestra vanidad nos hace exagerar la importancia de la vida humana; el individuo no es nada; la naturaleza se ocupa sólo de la especie. Y así sucesivamente. ¡Extraño —comentó Spandrell a modo de paréntesis— ver cuán anticuadas, y aun primitivas, son generalmente las últimas manifestaciones del arte y de la política! El joven Illidge habla como una mezcla de Lord Tennyson en In Memorian y un indio mexicano, o como un malayo tratando de entregarse al frenesí del "amok". El justifica la más primitiva, la más salvaje, la más animal indiferencia hacia la vida y la individualidad por medio de argumentos científicos de lo más anticuados. Caso peregrino, por cierto.
—Pero ¿por qué ha de ser anticuada la ciencia? —pregunto Lucy—. Puesto que él mismo es un científico...
—Pero también es comunista. Lo cual quiere decir que esta imbuido del materialismo del siglo diecinueve. No se puede ser un verdadero comunista sin ser mecanisista. Es preciso creer que las únicas realidades fundamentales son el espacio, el tiempo y la masa, y que todo el resto es fruslería, pura y simple ilusión burguesa.