Esto No es Una Película

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Carlos se encontraba con el corazón en la garganta. Por más que intentara dormir, solo cerraba los ojos y pensaba en lo que había hecho hace algunas horas. Estaba a la mitad del viaje de 8 horas que lo separaba de su agonizante madre. En su regazo, con mucho cuidado, abrazaba una pequeña hielera. Los sonidos de gritos, sangre y vísceras siendo violentadas resonaban en su mente. "Era necesario", es la frase que usa como consuelo.

El bus se encontraba en total silencio, solo unos ronquidos se escuchaban a lo lejos, la luz en la parte superior de su asiento lo iluminaba. Carlos miraba su reloj cada 15 segundos, a la vez pensaba en su madre, Clara, quien se encontraba grave en el hospital central de su ciudad natal con un pronóstico devastador. "Si no conseguimos un riñón pronto, ella morirá en unos días". Carlos ya había perdido a su padre y hermanos hace tres meses, el primero por cirrosis, el segundo por un accidente de auto. Su madre era su mundo.

Las últimas dos horas de viaje fueron las más devastadoras. Fue cuando todos sus recuerdos lo golpearon de forma física. Mareos, náuseas, escalofríos, todo lo atacaba a la vez. Él luchaba para estar lo más callado posible y no levantar sospechas en el bus, pues eso retrasaría el viaje. Su mente no paraba de llevarlo al departamento de Luis Alva, de quien robó su historial médico en el consultorio del doctor Lagos, en la sede principal del hospital donde atendían a su madre; al cual había ido a mendigar ayuda.

El documento formaba parte de un grupo de 3 personas indicadas por el doctor Lagos como "ideales" para donar un riñón a su madre, sin embargo, le aclaró que el Seguro Social jamás permitirá que se realice la operación, pues su madre tenía 75 años y, para ellos, era alguien dispensable.

Sin embargo, el joven médico le comentó que podría "convencer" a una persona en específico (Luis Alva), para llegar a un acuerdo "de otra forma". Solo debía darle 500 dólares en ese momento y el doctor fijaría la cita para que conversen. Carlos, con muchas dudas, aceptó.

La cita se dio en el departamento del señor Alva hace ya 10 horas. El departamento se notaba sucio y descuidado, típico de un hombre solo, pensó Carlos. Alva, un hombre robusto de tez canela, cabello graso y labios gruesos le dijo sin titubear que si no tenía 5 mil dólares ni se molestara en hablar. Carlos quedó mudo, solo tenía 8 mil 538 soles que había retirado del banco de camino ahí, era todo lo que tenía en el mundo además de su madre y la ropa que llevaba puesta.

Carlos se lo dijo, el señor Alva estalló en carcajadas e insultos burlones. Mientras lo empujaba levemente hacia la puerta, Carlos insistía fervientemente en su propuesta, prometiéndole el resto del dinero para después, pero fue ignorado.

Es entonces que recordó la navaja, regalo de su padre, que tenía en su llavero; la cual aunque era pequeña tenía un filo extraordinario. La tomó, y casi sin pensarlo, con un rápido giro corto el cuello del señor Alva justo cuando este se disponía a abrirle la puerta.

El señor Alva trataba de gritar pero la sangre obstruía su garganta, sus ojos casi desorbitados miraban a Carlos con una mezcla de odio y terror. Carlos se encontraba paralizado, sabía que no habría marcha atrás. Sus manos temblaban, su respiración estaba más agitada que nunca. Parecía que el tiempo se había detenido, él con su navaja sangrante en la mano derecha y el señor Alva tomándose la garganta con ambas manos en un esfuerzo inútil por tapar el tajo que le impedía respirar.

El señor Alva, sacando fuerzas de flaqueza, se dio vuelta e intentó salir por la ventana a pedir ayuda. Carlos corrió tras él y lo jaló de la camisa, tumbándolo en el piso, donde la asfixia lo derrotó con ayuda de la sangre y la gravedad. El señor Alva murió ahogado en su propia sangre hace 9 horas y media. Carlos vio su reloj, pensó en limpiar sus huellas y huir pero abandonó esta idea casi de inmediato. Pensó en su madre.

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