Al llegar a la ruta, las ampollas de mis pies que se fueron creando por la arena caliente y las piedras puntiagudas se fueron calmando, veo dos luces que se asoman a metros de distancia, el camionero para, se baja, me mira y dice:
-Chiquita, ¿a dónde vas, querés que te lleve?
-Creí que con mi silencio bastaba para comprender que solo tenía intenciones de queme sacara de ahí. En mi tribu, antes de la invasión, oí hablar de esos transportes, y no me pareció una mala idea subirme, por lo que sabía, te llevaban al lugar que querías sin pedir nada a cambio, y pensé que mi libertad volvería. Contemple todo el lugar en minutos, cómo iría a saber que luego lo recorrería con mi cuerpo. Al tomarme del brazo, intente defenderme, luego consiguió sostener mis piernas debajo delas suyas hasta lograr darme vuelta, entre la lucha detuve mi mirada en un dado que se encontraba de bajo del espejo retrovisor, comencé a contar los puntos que veía en él, dos, cuatro, seis, y me di cuenta que ya no estaba resistiendo. Al desplazarme afuera del vehículo, sentí ese mismo olor, el que representaba la violencia como días atrás, correr o morir.
La puerta de la esperanza se abría y cerraba de repente, como un abanico.