Acabé la noche en la comisaría. Tenía que testificar ante el chico que quiso matarme. No entendía por qué estaba tan loco. Yo no le había hecho nada para que se comportara así conmigo. Si aquella noche le hubiera seguido el royo quizás ahora no pasaría nada, o tal vez hubiera sido peor. Lo que estaba claro es que debía estar encerrado.
Alicia estuvo conmigo en todo momento. Su coche quedó mal parado, pero por suerte estaba asegurado a todo riesgo, y también pudimos declarar robo de vehículo, así que no tendría que pagar nada para que se lo arreglaran, además eso no suponía mucho para ella, teniendo unos padres con tanto dinero. Pero otra vez podría decirme lo gafe que era.
Fue muy duro volver a mirar a ese chico a la cara. Mirar la herida de su cara me producía escalofríos. Cuando nos cruzamos por los pasillos de comisaría, lo llevaban esposado a los calabozos. Sus amenazas no desaparecieron. Seguía diciendo que me mataría cuando saliera. Por suerte para mí eso no iba a ocurrir, no estando encerrado.
− Que suerte tuviste de que llegara el profe de mates – me dijo Alicia agarrándome la mano –. Si no hubiera estado allí, no puedo ni imaginar lo que te habría pasado.
Me dio un fuerte abrazo de alegría. Todo habría acabado en tragedia de no ser por él. El profesor de mates, como ella lo llamaba, pues era profesor de la universidad, de la misma carrera que ella estudiaba. Recordé el rostro de aquel chico, gentil y amable, con sus ojos azules y su piel tersa. Me dejó en brazos de mi amiga cuando ella llegó y desapareció al llegar la policía. Fue muy difícil separarme de él. No soltaba mis brazos de su cintura para no dejarle escapar, no al que fue mi rescatador. Pero supo como tranquilizarme, con unos dulces besos en la coronilla mientras acariciaba mi pelo.
Se marchó, pero no definitivamente. Esta vez sabía dónde encontrarlo y aunque no fuera mi príncipe azul, creó un vínculo muy fuerte entre nosotros.
Nos volvimos al colegio mayor. El día había sido completo, por no decir la noche.
Nos acostamos enseguida en la cama y Alicia no tardó nada en dormirse. Cómo se notaba que no tenía ninguna complicación en su vida que le quitara el sueño. Yo me quedé tumbada mirando hacia el techo, en una habitación oscura como una cueva. Las ventanas estaban cerradas del todo sin dejar paso al menor rayo de luz del exterior. Intenté dibujar la silueta en mi menté, allá en lo alto del techo, de aquél intrépido salvador. Mi historia había cambiado. Se escribía conforme actuaba, y los personajes cambiaban. No es que me hubiera enamorado locamente de él, pero este sí que estaba presente, podía formar parte de mi vida. El otro chico desapareció, y no ha vuelto a dar señales de vida. Era el momento de hacerle un punto y aparte. No podía seguir soñando con un fantasma.
Estaba muy inquieta. No podía dormir. Daba vueltas en la cama de un lado a otro. Colocaba mi cabeza debajo de la nueva almohada para poder conciliar el sueño. Pero no podía. Algo ardía dentro de mí y me hacía feliz. No podía dejar de pensar en esos dos chicos. Me era muy difícil olvidar esa mirada tan tierna de ojos oscuros que me llenaba de tranquilidad, y esos otros que me subían al cielo. Dos personas muy diferentes pero con algo en común: los dos aparecían cuando menos te lo esperabas.
Un golpe sonó en la ventana cerrada. Quizás fuera el viento, así que no hice nada. Pero volvió a sonar varias veces seguidas. Ya extrañada me levanté y me acerqué lentamente. ¿Es que no iba a descansar tranquila? ¿Qué podía pasar ahora? Levanté la persiana con mucho cuidado de no hacer ruido para no despertar a mi amiga. Pero eso sería difícil pues ya roncaba de felicidad. Miré al exterior pero no había nadie. No sé lo que podría haber causado el ruido. Estábamos en un primero, y sería fácil para los gatos escalar hasta allí. Al no ver nada me dispuse a bajar otra vez la persiana para que no entrara la luz de las farolas hasta que algo volvió a golpear el cristal enfrente de mí. Retrocedí del susto. Volví a acercarme a la ventana con más sigilo. No sabía lo que ocurría. ¿Le habrían dejado libre tan pronto? ¿Venía a terminar lo que empezó? Aunque estuviera asustada, la curiosidad me mataba por dentro. Abrí la ventana para asomarme al exterior. Pero allí no se podía ver nada. Estaba oscuro. La luz de las farolas era débil debajo de mi ventana. Miré a todos lados fijando la vista, pero nada. Alcé la mirada al cielo, para contemplar la luna. A pesar de estar incompleta emitía bastante luz sobre las calles del pueblo. Mirarla me hacía sentir muy bien. No sé si los efectos de la luna tienen algo que ver con los estados de ánimo de las personas, pero la verdad es que a mí me hacía sentir muy bien.
De pronto observé algo en el aire que venía hacia mí. Sería algún pájaro. Un poco extraño a esas horas de la noche. Quizás un murciélago. No creo, ellos vuelan de un lado para otro, y esto venía hacia mí en línea recta, muy despacio, planeando en la brisa de la noche. Me incliné hacia atrás cuando se dispuso a entrar por la ventana. Algo extraño, pequeño, se introdujo en mi cuarto. Fue planeando despacio hasta llegar a mi cama. Lo observé detenidamente mientras me acercaba. Era un avión de papel. Lo cogí y lo desmonté enseguida. Había algo escrito en él:
Necesito volver a ver esos ojos tan lindos. Revivir ese momento tan eterno que tuvimos entre los dos. Te veo a las 12 en el parque.
Fui corriendo a la ventana y busqué en el exterior a la persona que había lanzado aquel avión. Pero ya era demasiado tarde. Todo estaba vacío. Allí no había nadie. Me giré para ver la hora en el reloj de la mesita. Marcaba las once y cuarenta y tres. Me daba tiempo de sobra. Fui al armario y busqué en él mi mejor vestido. Necesitaba ponerme guapa.
No sé lo que pasaba por mi cuerpo. Ya no tenía miedo. Necesitaba acudir a la cita. Y me daba igual si era una trampa. Mi cuerpo me lo pedía. No podía ocultarme más. Me estaba dejando llevar por lo que dictaba mi corazón. Estaba muy nerviosa. No sé quién era el autor de la nota, pero quería averiguarlo. Quizás el encuentro con el profesor había llegado más lejos de lo que imaginaba. Sabía que su aparición en escena era un gran paso para mí. Necesitaba abrazarle otra vez. Sentir el cariño entre sus brazos. Quería decirle muchas cosas, cosas que estaban surgiendo dentro de mí.
Observé el vestido que llevaba en mi mano para ponerme. Era el negro que me gustaba tanto, el que llevé aquella noche en el parque. De pronto mi mente se desvió por completo. En ella aparecía el otro chico, el que conocí en el parque. Quizás era él. ¿Por qué si no iba a quedar allí? Por un instante recordé esos ojos dulzones que tanto me habían hecho desvariar.
Estaba hecha un lio. ¿Quién era el autor de esa nota? Necesitaba saberlo. Lancé lejos el vestido al recordar que no tenía zapatos para ponerme con él. De los que me gustaban perdí uno esa misma noche. Y pensar que habíamos estado de compras y podía haber buscado algunos parecidos... Opté por ponerme uno de los que había adquirido esa tarde, de compras con Alicia. Creí que era buena ocasión para estrenar el vestido blanco que mi amiga me había regalado. Me puse unos zapatos blancos, de esos que se anudan en el tobillo.
Pensé en despertar a Alicia para que me acompañara. Volver a cruzar las calles sola y a esas horas de la noche era un suicidio. Y más después de aquella experiencia. Pero no podía contenerme. Quería seguir los impulsos de mi corazón. Y conociéndola, si la despertaba seguro que no me iba a dejar salir.
Me rocié con el perfume más caro que tenía. Casi gasté medio frasco. Agarré la nota y sin pensarlo dos veces, tomé aire y salí por la puerta. No me importaba lo que fuera a pasar. Estaba harta de quedarme a la defensiva. Si quería algo debía salir a buscarlo.
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A LA SOMBRA DE LA LUNA LLENA ©
Детектив / ТриллерAnaís. 20 años. Estudiante de universidad. Ian. El hombre de su vida, pero oculta un secreto. Una sucesión de crímenes acontecidos las noches de luna llena te llevarán a descubrir el límite entre la realidad y la ficción. Acompaña a nuestra protagon...