CAPÍTULO 21

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Después de arreglarnos nos fuimos a la biblioteca de la universidad

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Después de arreglarnos nos fuimos a la biblioteca de la universidad. La sala estaba repleta de gente. Era muy normal en esa época.

A pesar del silencio que abundaba, no conseguía concentrarme. Mi cabeza recordaba una y otra vez lo que pasó la noche anterior, los dos en el agua del estanque, donde nos vimos por primera vez, agarrado a mi ventana antes de despedirse...

Fue una noche completa.

Las horas pasaban, y yo seguía sin concentrarme.

− Voy un momento al baño – le dije a Alicia que estaba sentada a mi lado.

Ella tampoco solía estudiar. Iba a la biblioteca a que los chicos la miraran. ¿Por qué si no se iba a poner esos vestidos tan provocativos? Ella nunca desperdiciaba una oportunidad para ligar.

Dejé el libro abierto para no perder la página por la que estaba leyendo. Crucé los pasillos de la biblioteca, evitando hacer ruido con el taconeo de mis zapatos. Todas las miradas se centraban en mí y me daba vergüenza. Giré por la sección de arquitectura y busqué una salida de incendios que diera al exterior de la sala, para llegar antes a los lavabos.

Una vez fuera, respiré aliviada.

Me entretuve unos minutos en el baño, mirándome al espejo. Me puse un poco de maquillaje para disimular mi rostro de cansancio. Por culpa del resfriado y de las pocas horas de sueño, tenía muy mala cara. Además, estudiar tanto no ayudaba nada. Debía estar guapa en cualquier momento. Nunca se sabe cuando nos volveríamos a cruzar.

Decidí volver a la sala. No tenía nada preparado el examen de mañana y me quedaba poco tiempo. Esta vez no tuve más remedio que entrar por la puerta principal. Mi taconeo seguía distrayendo a la gente que había estudiando y en cuanto pude me mezclé entre las estanterías de libros. Sin darme cuenta me choqué con un hombre.

− ¡Uy! Lo siento – me disculpé.

El extraño se volvió hacia mí. Entonces pude reconocer su rostro.

− Tranquila señorita – dijo el profesor de matemáticas –. ¿Se encuentra bien?

− Sí, perdone – seguí disculpándome –. Estaba distraída.

Se agachó a recoger los libros que se le habían caído por mi culpa. Le ayudé a recogerlos. Como estaba claro, eran libros de matemáticas. Entre ellos se podían ver libros de probabilidad, análisis funcional, estadística... pero hubo uno que me llamó la atención. Era de anatomía humana. ¿Para qué necesitaría un profesor un libro de estos? De todas formas, las matemáticas y los números están asociados a gran parte de las cosas.

− No me refería a ahora – dijo poniéndose en pie –. Me refería a lo de la otra noche.

Era agradable que se acordara de mí. Me salvó y ahora se preocupaba por mí. Esto contradice lo que hablan sobre la poca vida social que tienen los profesores en la universidad.

A LA SOMBRA DE LA LUNA LLENA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora