Sigo esperando en silencio. Sé que ya no tardará en llegar, y me angustio por ello. También tengo miedo, como siempre, pero predomina la tristeza. Lo he conocido desde que tengo cuatro años, y ahora, a los trece, ya no puedo seguir con él. Estoy pensando en qué decirle, cómo hacer que entienda, cuando oigo unas garras arañar las patas de mi cama. Está aquí. Ha vuelto, como otras noches, y sé que ha vuelto por mí. Me acurruco entre las sábanas dejando al miedo expandirse. Siento que no debería estar asustada, pero esta será la última vez que me lo permita. Además, necesito temerle para que aparezca. Oigo el susurro de su piel escamosa al acariciar mis sábanas y las púas de su lomo rasgar las tablas de mi cama. Cierro los ojos mientras siento su presencia alzarse junto a mí y, al advertir su aliento, sonrío y el miedo disminuye: es el suyo. Abro los ojos lentamente y lo miro. Hace mucho que no lo veía tan grande, pero nunca tan deteriorado. Y entiendo que él, mi monstruo, ya sabe lo que pasará.
- Hola…
Él susurra, en mi mente, una respuesta casi inaudible, como si hablara para sí mismo. Un sentimiento de culpabilidad me invade. Salgo de las sábanas y me acerco a é para tomar una de sus enormes patas blancas y peludas. Parecen de tigre y tienen garras inmensas, aunque nunca las usará para hacerme daño.
- Yo… yo creo que ya sabes que esta vez es la última.
- Lo sé, puedo… sentirlo.
Llevo la mirada a su vientre, donde se encuentran las cicatrices. Se alza en su cola, pues carece de patas traseras, y las veo mejor. Son nueve, una por cada año que hemos pasado juntos. Las más largas y hondas son de cuando más le temía. Hay más cortas que largas, pues a los nueve años supe que no me haría daño, aunque el miedo nunca desapareció del todo. Fue entonces que él, mi monstruo, se convirtió en mi mejor amigo. En ese momento, su vida peligró, pues sin temor no puede surgir. Hoy, todas sus cicatrices arden de un extraño y vívido color fuego, pero debo ser fuerte, seguir con mi decisión aunque duela. Junto fuerzas y continúo.
- Yo… mañana es mi cumpleaños
- Lo sé, muñequita.
Evito soltar un sollozo cuando me llama así. Sé que soy sensible y frágil como una, sobre todo cuando me encuentro a su lado. Siempre me ha llamado así, muñequita, sobre todo cuando le temía. Me hacía sentir especial.
- Sabes que te quiero mucho, pero ya no puedo seguir con esto. Soy grande, mañana cumplo catorce. Hace dos años que estoy en secundaria, y no debo seguir creyendo en un monstruo bajo mi cama. No puedo seguir temiéndote. Además, si se enteraran, me tomarían por loca.
- ¿Me temes realmente?, ¿Además, desde cuándo te importa lo que piensen de ti?
- No, es decir sí, pero no... Y sí me importa. Por favor, trata de entenderme. No puedo seguir.
- ¿Por qué no? ¿Hay una ley que obligue a las personas a dejar de creer, soñar, temer sólo porque crecen? No muñequita, no la hay. Aún puedes soñar y confiar. Las inseguridades son naturales en ustedes los seres humanos. Que ahora seas mayor, no te obliga a dejar de creer. Y no debes hacerlo sólo porque te sientas forzada. Eres humana, vives sin ataduras, eres capaz de creer, de soñar, de tener la esperanza de realizar tus deseos. No tienes que ser su títere.
Pero si tú quieres que me vaya, y sólo tú, lo haré.
Sus palabras me enmudecen unos segundos. Sé que tiene razón, pero es hora de despedirme.
- Yo… hoy es la última vez que me permito temerte. Sólo quería poder despedirme de ti, del amigo más especial e importante que tuve. Tal vez porque me apoyaste siempre o porque confiabas en mí aún cuando ni yo lo hacía; por aparecer aunque te fuera difícil; por enseñarme que soy especial y valgo tanto como los demás. Puede que no seas humano, pero eres lo más importante para mí… Sin embargo, debes marcharte. Me conoces plenamente: mis deseos, temores y secretos, pero es hora de dejar ya esas niñerías atrás y enfrentarme a la vida real, al mundo de verdad. Soy grande, ya no puedo creer en la existencia de monstruos. Lo siento, pero no debo verte más.
No le doy tiempo a responder. Abrazo todo lo que puedo de su cuerpo escamoso. Sus patas peludas delanteras me envuelven y su cola se enrolla alrededor nuestro. Reposo mi cabeza en sus cicatrices y dejo las lágrimas escapar. No sé cuánto rato me quedo abrazándolo, memorizando cada parte de su cuerpo. Tal vez lo vuelva a ver, pero eso será en mucho tiempo… Me quedo recordando los momentos vividos desde su primera aparición y, cuando creo que las lágrimas se han acabado, lo suelto, le doy un beso en lo que sería su frente y me siento en la cama.
- Volveré siempre que me necesites, muñequita.
- Lo sé.
Cierro los ojos. Pienso en la oración que tantos años odié: “No tengo miedo, los monstruos no existen, son pura fantasía, cosas de niños pequeños.”
Abro los ojos y estoy sola en mi cuarto. Las lágrimas que pensé que ya no habían, reaparecen. Mi mejor amigo, el monstruo que vivía bajo mi cama, se había ido.
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Monstruo
General FictionA cierta edad, todos le tememos a la oscuridad y lo que puede ocultarse en ella. Le tememos al monstruo de nuestro armario o al que se esconde bajo nuestras camas. Pero, ¿y si ese "monstruo" no es como creemos?