En algún momento alrededor de medianoche.

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Y empieza en algún momento alrededor de media noche. En el momento en que te pierdes a ti mismo durante un minuto o dos. Te pierdes en el vino que hay dentro de tu copa. En su sabor quemándote la garganta, y aquella chica a lo lejos quemándote el pecho. Solo das ese trago para que su amargura aplaque esa que te está comiendo el corazón, pero como tantas otras veces, te das cuenta de que no lo consigue.

Ella sigue allí, entre la gente, lejos de ti. Y con cada sorbo de vino solo consigues que tus emociones te coman todavía más, como gusanos acabando con una manzana podrida. Pero eso es lo que soy yo ahora mismo, ¿qué podía esperar? Ella me había destruido, estaba haciéndolo ahora mismo y era consciente de ello. La odiaba por ello. Por eso quería apartar a esa manta de gente bailarina que nos separaba y escupir todas estas serpientes que se me están acumulando en la garganta, hacerle daño como si eso fuera a conseguir que a mí me doliera menos.

Pareciera que aquella melodía de piano que sonaba acompañara al momento, poniéndole una melancólica banda sonora a su sonrisa. A esa felicidad que le dedicaba a otro. Vestida con aquel vestido blanco.

Se lo había puesto un par de veces cuando salía conmigo, lo recuerdo. Y me encantaba. Hacía ver su morena piel aún más atractiva en contraste con ese pálido color. Pero ahora no iba a poder decírselo. No iba a poder gritarle lo zorra que es para después decirle lo guapa que está. No iba a poder ocupar el lugar de ese chico que la acompañaba. No iba a poder acercarme como lo hacía antes... Será mejor que le de otro trago a mi copa.

Me bebí más de la mitad de un solo trago y volvió a amargarme la garganta haciéndome poner una mueca extraña. Pero el dolor seguía ahí, y ella también, a lo lejos. Riendo. Sé que está mirando para asegurarse de que su plan está funcionando. Para corroborar que sigo ahí, en una fiesta y centrado solo en ella, pudriéndome por dentro. Odiándola por lo que hace y deseando que se acerque en realidad.

Y lo hace. Unos cuantos minutos después siento unos toques en mi hombro. A mi cuerpo reacio a reaccionar -por el vino- no le da tiempo a pensar antes de girarse y encontrarse a aquella chica de frente, con una sonrisa de oreja a oreja. Hija de puta.

—¡No te había visto! —Miente, —¿Cómo estás?

—Pasándolo bien. Tú también, por lo que veo. —Digo intentando que esa segunda frase suene a la inocencia que no tiene.

Ella sabe con la intención que lo digo, sin embargo, decide hacerse la tonta para hacerme más daño todavía.

—Sí, la verdad es que está resultando una fiesta fantástica. —A su musical risa se le añade una fugaz mirada a lo lejos, a donde esta aquel chico, sabiendo que yo lo voy a notar.

La observo por unos segundos, lo que tarda en hacer su gesto, y me sobra para perderme en ella. Al girar el cuello para buscar al chaval le vuela el pelo ligeramente, me llega el olor de su perfume, y puedo verla desnuda entre mis brazos, como en los viejos tiempos. Una punzada me atraviesa el pecho y agito la cabeza con los ojos apretados, intentando quitarme aquella imagen de la cabeza.

—Estás guapísima con ese vestido, ¿sabes? Siempre lo he pensado. —Suelto casi sin darme cuenta. Debe ser el vino.

—¿Qué? —Ahora vuelve a girarse hacia mí, fingiendo que le interesa lo que le digo. Ríe.—Perdona, no te he escuchado. La música está altísima. —Pero podría haberme oído perfectamente.

—Nada, no importa. —“Estabas demasiado ocupada en buscar a ese imbécil”, quiero añadir, pero como siempre, con todo lo gilipollas que soy, me quedo callado y le sonrío, solo para poder ver cómo me devuelve la sonrisa. Ignoro las posteriores risitas que suelta mientras intercambia miradas con ese tipo e intento sacarle alguna conversación estúpida. —Y… ¿has ve…/

—Oye, perdona. Me encantaría quedarme un rato a hablar pero tengo que volver ya, ¿vale? Lo siento. Nos vemos otro día, Alex.

Con una perfecta sonrisa que esconde cinismo en su interior, coloca una mano en mi nuca y se acerca para darme un beso muy cerca de la comisura de los labios. Mis ojos se cierran por inercia durante ese instante y noto como ahora mi corazón palpita rebelde intentando romperme las costillas.

Siento como algo se me destroza por dentro al estar ahí, aguantándolo, dejándola que me maneje, sabiendo que ella me ha besado tan cerca de los labios a propósito, y aún con todo, teniendo que esforzarme en que mi brazo no vuele hasta su cintura para estrecharla entre mis brazos. Pero ese “¿Y si…?” es lo que me mantiene dócil. Es lo que no me deja reaccionar. Es la parte de mí que desea y espera con desesperación que vuelva.

Pero quizá esta vez sí, quizá esta noche vuelva a acercarse y hablamos. Y vuelve a dedicarme otra de esas sonrisas que me vuelven loco. Y bailamos. Y la beso. Y me besa. Y nos estamos abrazando. Y de repente la tengo entre mis brazos en mi cuarto. Y puedo acariciarla. Puedo decir “te quiero” en un susurro. Puedo sentirme bien de nuevo.

Pero aquella fantasía acaba tan pronto como el beso en mi mejilla.

Al reaccionar y abrir los ojos alcanzo a ver como agita su mano y me sonríe alejándose. Mi sonrisa se dibuja, triste y alegre al mismo tiempo. Y entonces hay un cambio en tus emociones, los recuerdos te azotan como fieras olas, produciéndote escalofríos por todo el cuerpo. Y te sientes sin esperanza. Y solo. Y perdido en la embriaguez del vino. Y tus amigos preguntan “Ey, ¿Qué pasa? Parece que has visto un fantasma.”

Él tiempo pasa y mis ojos se desvían en su dirección de vez en cuando. Cada vez están más cerca, se dicen cosas al oído. Ríen. Hay complicidad. Un último susurro por parte de él y ella me busca entre la gente, intentando hacerlo de forma disimulada. Aparta la mirada con rapidez, al comprobar que la he visto. Sonríe y le coge de la mano para caminar hacia la salida. Esta vez mis ojos no lanzan miradas rápidas hacia ella, si no que no pueden hacer otra cosa que mantenerse pegados a la escena. Quietos como el resto de mi cuerpo. Muerto. La música ya no suena para mí. El local está vacío y solo veo, casi en cámara lenta, como ella ríe y empuja la puerta de salida, con él aún de la mano. Se gira una vez más, solo para asegurarse de que yo la estoy viendo. Solo para comprobar que los celos me están comiendo por dentro. La puerta se cierra. Ella se va con otro y tú te quedas ahí, quieto como el mármol. Con la vista fija en la puerta. Tu sangre hirviendo, tu estómago desgarrado. Y te arrepientes de haber deseado verla, te arrepientes de haberla visto.

La angustia que se está comiendo mi pecho sube hasta mi cara, quiere hacerme llorar, pero yo cojo mi copa, me la bebo de un trago y la dejo caer al suelo. La música suena tan alto como los latidos de mi corazón. Me llevo las manos a la cabeza y comienzo a moverme sin pensar en los movimientos. Grito. Aprieto los ojos. Bailo sin control. Siento como algunas lágrimas me resbalan por las mejillas aunque mis ojos siguen cerrados. Pero yo solo quiero perderme con la música, con el vino. Olvidarla. Maldita zorra.  Beber otra copa y caer inconsciente. Porque sé que ella no va a dejar de botar mi corazón como si fuera una pelota. Va a seguir jugando, sin dejarme nada claro. Como siempre. Y yo voy a seguir aguantándolo. Como siempre. Pero… Dios, la quiero. La quiero con locura. La quiero y me duele. Y no quiero que deje de doler. Quiero imaginarme otra historia estúpida en la que ella está conmigo de nuevo. Quiero no volver a cruzármela nunca más y verla ahora mismo. Quiero matarla y hacerle el amor. Quiero odiarla por jugar conmigo. Quiero y no puedo.

Para cuando quiero darme cuenta estoy caminando de forma patética bajo las farolas, a las tantas de la madrugada, como un maldito zombi. Estoy demasiado borracho para notar que todo el mundo me está mirando. No me importa lo que parezco, el mundo se está derrumbando a mi alrededor.

Camino sin rumbo.

Borracho.

Vacío.

Sin ella. Pensando en qué estará haciendo. Odiándola otra vez. Y siento un asqueroso agujero en mi pecho al saber que todo está perdido. Que esta situación va a repetirse una y otra vez. Sin cambios. Y lo peor es que voy a permitirlo. Lo peor es que voy a volver a arrepentirme de haberla visto, voy a desear no haberlo hecho. Y a la mañana siguiente voy a necesitar cruzármela en cualquier esquina. Va a seguir la necesidad de volver a ver su cara. De tenerla cerca de mí, aunque ni siquiera nos rocemos. De escucharla. De tener al menos un mínimo pedazo de ella. Solo tengo que verla. Solo tengo que verla. Solo eso. Una vez más. Solo tengo que verla, aunque sé que me romperá en dos.

En algún momento alrededor de medianoche.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora