Amanecía y observaba como los graníticos rayos del sol impactaban las atorrantes calles de Alta Gracia. En una ínfima vereda ubicada en lo más alto de las colinas que rodeaban la ciudad, se asentaba una humilde casa de bahareque, mi hermoso rancho.
La gente empezaba el laburo al son del coro de pajaritos que antes de la 6 de la mañana cantaban acompañados por los insistentes gritos de mi viejo, un tipo alto, amante del trago, corpulento y que siempre llevaba un sombrero que Gardel le había regalado en su juventud, pidiéndole a mi madre que le preparara el mate que tanto le gustaba con su delicioso pan mantecado que cocinaba en la noche anterior, siempre y cuando la cosecha de trigo fuera majestuosa.
En esos tiempos, cuando Maradona era nada más un pibe con suerte al tocar el balón, y el Che estaba en sus mejores años, mi única preocupación era ganarme unos chelines para ir a la Bombonera y poder cantarle a mi Albiazul.
Yo era el mayor, con tan solo 14 años me sentía como un ejemplo a seguir, uno de los bastones más firmes de la familia, el que repartía el choripán entre mi vieja y mis 7 hermanos cuando Don Joaquín, mi viejo, se perdía en medio de sus borracheras. Era también el más delgado y pálido de la casa, pero tenía una fuerza increíble con la cual levantaba a mí gente en los momentos difíciles.
En mi casa el pan de todos los días era la rutina, mi padre ordeñaba en la mañana y llegaba violento por la noche, mi madre cosechaba legumbres junto con una de mis hermanas, los demás niños se alistaban para su escuela, pero yo siempre me quedaba casi inmóvil frente a uno de mis lugares favoritos de la casa, una miserable ventana con vista a las montañas, respirando el cálido aroma que arrojaba el campo. Siempre soñaba con salir por aquella ventana persiguiendo las suaves corrientes de brisa que acariciaban las vistosas praderas que rodeaban al rancho y así poder escaparme de los "cariñitos" de mi padre.
A pesar de que mi pueblo estaba invadido por una gran bandada de hombres con armas y dispuestos a disparar, en nuestra vereda ya nos habíamos acostumbrado y solíamos compartir varios momentos del día con ellos. Era una época de total armonía.
Lastima que tanta ingenuidad acabara con nosotros.
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Mi Pequeño Sam
AcciónUn veterano de la policía que cuenta con un sin fin de reconocimientos por parte del Estado, es atormentado por una infancia estropeada y por el deseo de vengar el asesinato de su único hijo. Preso por sus sentimientos experimenta un sin fin de expe...