El chico infeliz

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Había una vez un chico que quería ser feliz, ya que era muy infeliz. No tenía amigos, sus padres no lo querían, al resto de su familia no la conocía ya que sus padres no lo llevaban a las reuniones familiares, es más, él sospechaba que el resto de su  familia ni siquiera sabía que de su existencia. Hasta su perro no lo quería (una vez lo mordió).
Sus padres cuando él nació no le quisieron poner un nombre, por lo cual, lo terminó nombrando el enfermero que lo trajo a la vida. Él le puso Simón.
La infancia de Simón fue un poco triste, bueno, demasiado triste. Estaba solo todo el día, ya que, sus padres trabajaban, y si no trabajaban, simplemente no estaban en su casa. En el colegio sus compañeros lo ignoraban, y las maestras algunas veces hasta se lo saltaban cuando tomaban lista.
El secundario no estaba yendo mucho mejor, digamos que se repetía la historia, sus padres no estaban, los compañeros lo ignoraban y siempre que había que hacer un trabajo en grupo, obviamente, él quedaba solo. Lo único bueno que le pasó fueron los libros, que lo alejaban de la realidad, y su banda favorita, que aminoraba el silencio que siempre lo rodeaba.
Un día, Simón se dió cuenta que si nadie lo quería por lo menos podía quererse él mismo, entonces, se hizo de su propio amigo, se hizo de su propio padre y madre, se dió todo el cariño que necesitaba y que no le brindaban.
A pesar de eso, Simón, algunas veces se cansaba de ser el único que se quería. Mientras caminaba por las calles de su ciudad miraba con tristeza a la gente que estaba acompañada, a los grupos de amigos que reían, a las parejas que iban tomadas de las manos, a los padres que llevaban a sus hijos al parque, al cine, o simplemente estaban a su lado ¿Por qué si él era igual a todos ellos no podía recibir ese cariño? Esa era la pregunta que constantemente rondaba en su cabeza.
Ese día, un día especialmente triste para él, se tropezó con una persona, una chica, aparentaba su edad. La miró a los ojos y le pidió disculpas por ser tan distraído. Ella se las aceptó y luego, sorprendiendolo, le dió un abrazo. Simón retrocedió asustado. Nunca le habían dado un abrazo, nunca le habían dado la más mínima muestra de cariño. La chica lo miró extrañada y le preguntó si se encontraba bien, a lo que él le respondió que no y le comentó su duda. Ella al escucharlo sonrió tiernamente y le contestó: "hay algunas personas que son demasiado buenas para ser amadas por la gente ordinaria". Luego de decir eso la muchacha se marchó y él sonrió feliz al darse cuenta de que la chica tenía razón. Su duda por fin se había aclarado. Entonces Simón siguió su camino, pero esta vez veía todo diferente, ya no le dolía, ahora solo le preocupa no volver a encontrar a esa chica.

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