Vida de ... ¿perros?

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Capítulo 1:

El insoportable ruido del despertador inundaba todo el cuarto. No tiene ganas de levantarse. No tiene ganas de ir al instituto. No quiere escuchar los sermones de los profesores y de aguantar sus explicaciones diarias y de su filosofía sobre la vida. No quiere ver a su hermano, y menos a sus compañeros de clase. Se levantó arrastrando cada paso, como si se estuviese acercando por ella misma a su tumba. Abre el grifo. El agua sale en un chorro potente. Se lava. Levanta la mirada. Unas cuantas gotas resbalan por su pálida piel y sus ojos marrones se clavan en el reflejo del espejo. Corta el chorro del grifo poco a poco, haciendo que el agua caiga mas débilmente. Sale del baño con el mismo paso lento. Abre el armario y saca su ropa. Cuando terminó de vestirse bajó las escaleras y se dirigió hacia el comedor. Encima de la mesa se encontraba una nota. Ni siquiera la leyó. Sabía que era su hermano. Nunca estaba. Siempre se metía con ella cuando llegaba a casa. Lo odiaba. Por curiosidad miró la nota. Las letras ni se entendía. Peor que un niño del jardín de infancia.

-Borracho …

Salió de casa cerrando la puerta fuertemente. Andaba rápidamente. No quería que nadie la viese y la relacionase con su familia. No tardó en llegar a su instituto. Mientras subía las escaleras notaba como todos dejaban sus cuchicheos aparte para mirarla de mala manera.

-Que asco de gente.-susurró para sí misma.

Un día más con estos palurdos. Solo un día más. Inspiró profundamente y entró en clase y se sentó en el pupitre mas lejano a todos. Sacó su agenda y empezó a dibujar. Solo necesitaba apuntar los ejercicios y atender un poco. Por lo demás era todo un rollazo. El sonido de la tiza sobre la pizarra y el masticar del chicle de algunos alumnos era una verdadera rutina. Se consideraba una chica bastante trabajadora que se tenía que valer por si misma. A veces malhumorada pero solo cuando la buscaban. Estaba deseando terminar las horas siguientes para ir a la nueva tienda de música que habían abierto. Con todas las horas lo mismo de siempre. Fantaseando con ir a esa nueva tienda. Se le erizaba el vello de todo el cuerpo con solo pensarlo. Por fin sonó el timbre de la libertad. Recogió sus cosas y se marchó como un torbellino. Caminaba mas animada que esta mañana. Al final llegó a su deseado destino. Había algunas personas mirando discos y otros preguntando por el precio de ellos. Entró y empezó a mirar los discos de rock. 30 Seconds To Mars. Su grupo favorito. Entonces se acordó de que llevaba a mano su móvil y sus auriculares. Eligió el álbum Love, Lust, Faith + Dreams. Primera canción: Birth. Y siguió mirando otros discos de otros grupos como Tokio Hotel o Green Day, y legendarios como Nirvana o Guns N' Roses. Se fijó mejor en el local. Un chico menudo y algo introvertido, a su parecer, se encontraba atendiendo a una pareja mientras se sonrojaba a medida que sus palabras se desprendían de sus labios, como una cadena sin fin, mientras un hombre de mediana edad lo observaba con cara de querer matarlo en ese momento. Siguió mirando los discos. Enserio que no encontraba nada de su gusto. Se dirigió a la siguiente sección. Aburrido, aburrido y aburrido.

-¿Cómo puede ser que no haya encontrado nada?-dijo mientras salía decepcionada de la tienda.

Levantó la cabeza hacia arriba. El cielo azul impregnado por blancas nubes y unos cuantos pájaros revoloteando en ese lugar le relajaba. A veces se preguntaba, ¿qué había hecho para merecer esta vida?

-Que alguien me lo explique porque no lo entiendo.

Aún mantenía la cabeza en la misma posición. Poco a poco empezó a cerrar su ojos. Sus párpados se volvieron pesados. Unas cuantas lágrimas amenazaron salir de sus ojos. Y así fue. Miró al frente y se secó las lágrimas. Siguió caminando despacio hasta la parada de un semáforo. Su vista se clavó en la zona de la otra acera. Por fin el muñequito se puso en verde y pudo cruzar. Caminaba algo distraída. Entró por una calle bastante concurrida. Se encontraba en las nubes. Chocaba con la gente, haciendo que se enfureciesen pero ella no prestaba atención. La música se incrustaba en su oído y viajaba hasta su cerebro, estremeciéndola. Parecía extraño, pero sentía que llegaba al éxtasis con cada letra, melodía, compás. Los autores ponían todo sus sentimiento en cada canción. Miró al cielo. Ahora el azul desaparecía dejando paso a un dorado naranja. De repente, sintió una presión en su muñeca izquierda. Esta abrió los ojos asustada. Los pequeños auriculares que se encontraban en sus oídos se salieron a causa del fuerte tirón. La música se oía ahora como un eco débil. Sintió su cuerpo chocar contra la sucia y fría pared de ladrillo del callejón de los enormes edificios. La mano que sujetaba su muñeca estaba tibia. Sintió la otra mano del la desconocida persona sobre su blanco cuello, oprimiéndole todo paso de oxígeno a sus pulmones. Puso una mueca de dolor y mientras con la mano libre luchaba por librarse. Empezó a perder el conocimiento poco a poco. Lo que decían de que antes de morir, pasaban por tus ojos toda tu vida, era cierta. Sentía que iba a dejar este mundo pronto. En ese momento esbozó una sonrisa de cansancio y resignación. Nada iba a salvarla. Sentía rabia de no poder haber defendido su vida. Así es como, en la penumbra, arañó el rostro de ese individuo. Y de pronto pudo sentir el oxígeno recorrer sus pulmones. De sus ojos cayeron lágrimas de horror y alivio. Sus piernas cayeron desplomadas al suelo, siguiendo el resto del cuerpo. No podía parar de toser. En la oscuridad del callejón apreció los pasos de aquella persona. La mochila en la que contenía sus pertenencias se desparramó dejando a la vista todo lo que llevaba. Sus ojos empezaron a cerrarse. Poco a poco, cansados. Cuando despertó se encontraba rodeada de tubos y máquinas que indicaban el latido de su corazón. El suero se deslizaba por el fino tubo, pasando por la aguja que atravesaba la vena.

-Vaya, por fin has despertado.-dijo la supuesta voz del doctor que le atendía.

-Yo … quiero volver a mi casa.-respondió con un hilo de voz.

-Bueno, todavía no estás en condiciones de que te den el alta. Aún estás débil.

Suspiró. Las palabras que pronunciaban en esta conversación, martilleaba su cabeza haciéndola vomitar. Su boca estaba realmente seca y pastosa. Las voces que oía parecían lejanas y distantes. Levantó un poco su cabeza, pero la volvió a posar en la blanda almohada. Sus ojos se clavaron en el techo blanco de la habitación.

-Espere un momento.-susurró la joven en un intento de llamar la atención del doctor.-Estoy … ¿en un hospital?

-Por supuesto. Unas personas la encontraron desmayada en el suelo con marcas evidentes en su muñeca izquierda y su cuello. Gracias al sonido que desprendía su móvil.

Volvió a suspirar. ¿Quién coño quería hacerle daño? Su hermano, por muy imbécil que fuese, nunca le pondría una encima. El hombre se acercó a la cama de la chica y la miró.

-Por cierto, ¿sabría decirme quién querría hacerle daño?

-Mierda … no sé. He estado pensando. Sí, soy odiada por bastante gente, sobre todo en mi ámbito educativo. En mi ámbito familiar tampoco. No me llevo bien con mi hermano, aunque sea mi única familia, pero aún así no me levantaría la mano. Ahora … hago yo la pregunta. ¿Saben quién ha podido hacerme daño?

-Por eso le he preguntado. No hemos encontrado rastro de ADN en su muñeca ni en su cuello.

-¿Cómo es posible?

-Creemos que llevaría guantes en el momento de la agresión.

-Ya veo …

En ese momento sintió algo de miedo. ¿Y si la volvían a atacar? Muchas preguntas como esa se arremolinaban en su dolida cabeza.

-¿Me puede traer un espejo?-masculló una vez más, seria.

-Está bien.

No tardó cuando el espejo estuvo en sus manos. Se incorporó con ayuda del doctor y agarró firmemente el espejo. Su piel estaba mas pálida de lo que era normalmente. Debajo de sus ojos marrones se encontraban unas notables y algo moradas ojeras. Su mano tocó las marcas moradas de su delgado cuello. Los dedos de aquella persona habían dejado huella en su piel, al igual que en su muñeca. Cuando quitó su mano de su cuello apretó las sábanas fuertemente.

-Vaya … se ve doloroso.-dijo ella con una sonrisa quebrada.-¿Cuándo me dará el alta?

-Cuando esté totalmente recuperada de sus lesiones.

-Ah … me gustaría volver a dormir, ¿sabe?

-Muy bien … espero que se reponga rápidamente.

Ni siquiera tuvo el valor de contestarle. Las lágrimas salían sin cesar. Maldecía haber salido de la cama. Maldecía el momento en el que se miró al espejo esta mañana. No quería hablar con nadie. No quería que nadie la viese débil e indefensa ante esta situación. Sabía que si soltaba alguna palabra los sollozos se harían evidentes. Las lágrimas por fin cesaron y se secaron. Y un dulce sueño se apoderó de todo su cuerpo.

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