Parte 3

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Las hermanas de Katie estaban sentadas sobre la roca, llorando al pensar en la desdichada. La llamaban a gritos, pero ella no respondía.

Katie, mientras tanto, había salido de la mansión, y llamaba a Céfiro para que vaya a buscarlas, tal como había hecho con ella misma un tiempo atrás. Cumpliendo el mandato, el dios elevó a las dos muchachas de un suavísimo soplo, y las transportó hasta el lugar indicado sin causarles el menor daño. Las semidiosas se quedaron sorprendidas, pero la confusión se vio reemplazada por incontable alegría cuando vieron a Katie. Las tres se reunieron en un fuerte abrazo, llorando ahora de felicidad, y la menor las invitó a pasar a su nuevo hogar.

Mientras las dos le contaban cómo se hallaban las cosas por su casa, Katie les iba mostrando las habitaciones, y el asombro de las otras era cada vez mayor. Les hizo oír a su coro de doncellas, y ordenó que preparen manjares en una larga mesa. Luego de comer hasta que sintieron que sus estómagos iban a estallar, las condujo a su nueva habitación. Las semidiosas no lo podían creer. Enseguida empezaron a probarse su ropa, sus perfumes, su maquillaje, todo lo que ahora pertenecía a la menor. Y pequeñas puntadas de envidia se empezaron a hacer sentir en sus pechos.

—No lo entiendo. ¿Y el monstruo? —Preguntó la mayor, observando a Katie por el espejo.

—No hay monstruo—Respondió Katie, con una sonrisa al pensar en su Trav. Obedeciendo sus recomendaciones, no dejó escapar el secreto de su corazón, y se inventó una historia.— Es un caballero. Nunca había visto a alguien tan apuesto. Tiene cabello rubio, rizado, y ojos grises que quitan la respiración. De día tiene que ir a cumplir con sus obligaciones, pero de noche me trata como una reina—Respondió Katie, mientras se probaba un collar de esmeraldas que hacía juego con sus ojos.         

—¿Un caballero? —Preguntó la otra, alzando una ceja con desconfianza—. ¿Pero es un dios, o un humano?

—Es un dios que me visita en forma humana —Respondió Katie, empezando a temer que su lengua la traicione ante tantas preguntas. Enseguida buscó un bolso, y lo puso frente a sus hermanas.

—Pueden poner aquí las cosas que les gusten, llévense lo que quieran. Dudo que la vida me alcance para poder usar toda esta ropa.

Luego de que lo hicieron, Katie mandó que salgan de la habitación, así que volvieron a bajar. Ya en la sala, se sentaron en los cómodos sillones, y la mestiza pidió que le cuenten con lujo de detalles todo lo que había ocurrido en su hogar. Se apenó al oír que todos estaban tan tristes, sobre todo su madre, así que les pidió que cuenten a su familia lo bien que ella estaba allí, y les encomendó palabras de cariño para todos. Cuando vio que se acercaba el atardecer, llamó a Céfiro, y despidió a sus hermanas con tiernos besos y abrazos.

Apenas estuvieron fuera de la mansión, las hermanas empezaron a parlotear sobre lo que acababan de descubrir. Una contaba las maravillas vistas, como si la otra no acabase de ver exactamente lo mismo. Y la envidia resurgió en ambas, ahora complotada. ¿Cómo había llegado su hermana a vivir así, en ese lujo? ¿Qué había pasado con el monstruo y con el tálamo fúnebre? ¿Por qué Katie y el "caballero" no los habían ido a visitar? ¡No sólo había sido la favorita de su madre, adorada como la más hermosa del mundo, sino que ahora vivía como una reina mientras ellas dos tenían que sobrevivir luchando contra monstruos!  ¡Y encima salía con una divinidad! ¿Cuál de todas sería? Su pequeña hermana compartía un magnífico lecho con un dios fuerte y hermoso, mientras que ellas salían con simples mestizos, y tenían que dormir en una cama que olía a tierra en un campamento para adolescentes. La mayor sugirió que terminaría siendo una diosa, y eso las hizo bullir de celos. No sólo se veía como una diosa; tenía los modales de una y parecía ser feliz como una. Además la servían doncellas, le daba órdenes al mismísimo Céfiro, y seguro iba a terminar viviendo en el mismísimo Olimpo, si es que no estaba allí ya. ¿Y la soberbia con la que las había tratado? ¿La forma en la que restregó en sus caras todas sus nuevas pertenencias? Hasta llegaron a decir que les había tirado las cosas que ella no quería, y que se había apurado a echarlas de su casa para deshacerse de ellas. Sus cabezas maquinaban pensamientos cada vez más disparatados. Estaban ciegas de envidia, y no tardaron en empezar a planear algo contra la pobre semidiosa.

Travis y Katie [Incompleta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora