Estaba yo hablando con Moira Duarte, hablando de la escuela, de nuestros amigos, familia y tambien de bicicletas. Hacía frío y la acompañe a la parada de colectivos. Empezamos a charlar en inglés fluidamente durante quince o veinte minutos, cuando ninguno de los dos sabía (o sabía correctamente) hablar en inglés.
El sol parecía no querer irse jamas. Tanto fue el tiempo que esperamos el colectivo que decidimos caminar las 40 calles hasta nuestros hogares, ella 43, vive más lejos.
La gente pasaba al lado nuestro, al igual que los autos y los colectivos, y parecía que ninguno emitía ruido alguno. Caminamos una calle y llegamos a la plaza en la que dobla el colectivo, en la cual bajo yo, y en la cual sigue por tres calles más.
Moira parecía triste por algo, no me atreví a preguntarle por qué, no se porqué. Sin decir una palabra corrió con su mochila hasta el final de la calle. En la distancia la observaba y con más confusión me sentía.
Un ruido ensordecedor comienza a penetrar en mis tímpanos. Basuras, hojas y piedras salen disparadas, como yo lo hice segundos después de ser absorbido por el huracán.