Cuarto día.

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Ya no tengo sed.

Aún así, sigo sin dormir; sin estar siquiera cansada.

Bueno, la verdad es que sigo sin sentir nada.

¿En qué me he convertido?

Ni siquiera yo misma sé la respuesta.

Aunque algo sí tengo claro, soy un mounstro. Soy una asesina.

Al llegar a casa, me miro al espejo.

Ninguna sorpresa.

Mi cara sigue pálida, maquillada por unas púrpuras ojeras, y la herida... Bueno, la herida parece haber cicatrizado, vaya, demasiado rápido.

Pero si hay un detalle nuevo, los ojos.

Mis ojos, anteriormente verdes, se han vuelto rojos, un rojo intenso y a la vez oscuro, un rojo sangre.

Podría ir al médico, pero no creo que le sea agradable ser el aperitivo de media mañana.

Podría tirarme en la cama, pero, ¿para qué? Si total, no puedo dormir.

Así que me tumbé en el sofá, encendiendo la televisión.

Aún que, en ese instante, hasta el techo parecía más interesante que la gilipollez que estaban emitiendo en el televisor.

Puedo diferenciar todos los matices de mi alrededor, el techo, cada mancha de humedad, el suelo, cada mota de polvo, la televisión, cada raja, ya que estaba rayada, vaya, nunca me había fijado en tales cosas.

Mi vista, mi vista era rara... Supongo que ya no necesitaría gafas.

Y dándole vueltas a todo esto, pensé, ¿y si soy un vampiro? Vaya, todos los síntomas encajan a la perfección.

-No duermo.

-No como.

-No respiro.

-Piel fría y pálida.

-Ojos rojos.

-Una extraña marca en la muñeca, que por mi deducción, no dudo en que sea la mordida de unos colmillos, afilados, como los míos.

-Y lo más obvio, bebo sangre.

Pero, esto no puede ser real, es decir, los vampiros no existen, son mitos, cuentos de niños.

Y además, yo, salgo al sol... Y no hay ningún cambio... No me quemo...

Vale, me siento gilipollas escribiendo esto.

Puede que me haya vuelto un vampiro gilipollas.

Diario ensangrentado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora