XXI Despertar

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Pese a mis deseos, volví a despertar. Al parecer era demasiado testaruda o me había acabado por acostumbrar al castigo que recibía mi cuerpo. Los golpes en la cabeza se volvieron un mero trámite, como las visitas al hospital.

¿Cuántos "accidentes domésticos" habría en mi expediente?

Soy tan torpe, les decía a los médicos. Nunca veo por dónde voy, agregaba, sintiendo la mano de Damien aferrar fuertemente la mía.

Ella es tan descuidada, pero así la amo, decía él, besando mi frente, acariciando la cabeza que había golpeado.

Eres muy afortunada por tener un novio que te quiere tanto, decían las enfermeras.

Afortunada. Yo en verdad lo creía.

Y ahora, tocando la venda que cubría mi frente, pensaba que nadie me creería si les decía que había sido yo misma la causante. A veces éramos más felices con las mentiras. Las verdades eran difíciles de aceptar.

La habitación olía a rosas. Había un ramo en la mesita a mi derecha. Las aterciopeladas formas se veían borrosas. Era mi ojo el causante. Parpadeé unas cuantas veces sin lograr corregirlo. Había alguien más en la habitación, una mancha borrosa durmiendo en el sofá. Una mancha rubia.

"Ella aún te ama".

¿Quedaría en mí algo digno de amar?

La observé hasta que se despertó y sus cálidos brazos envolvieron mi cuerpo frío, igual que antes, cuando sólo éramos las dos en el mundo, cuando ella era mi única familia. Ella siempre había sido mi familia, no volvería a olvidarlo. Entre llantos supliqué su perdón, por ser tan estúpida por tanto tiempo. Entre llantos ella suplicó mi perdón, por dejarme sola, por no haberme ayudado.

Nadie podría haberlo hecho, nadie que no fuera yo. A veces, nadie podía salvarte si no pedías ayuda. Y pedir ayuda era tan difícil, sobre todo cuando se estaba acostumbrada a las mentiras.

Dos días estuve en el hospital y regresé a casa a limpiar el desastre que había tras de mí. Lucy recorrió todo el departamento buscando alcohol y botó todo el que pudo encontrar. Yo la ayudé. Mientras vaciaba unas botellas que tenía ocultas en el baño, una mujer me miraba desde el espejo. Una mujer mapache, con los ojos morados y la frente partida.

No dejaré que vuelvas a verte así, le dije. No dejaré que vuelvan a lastimarte.

Por favor, no olvides tu promesa, me rogó ella de vuelta. No me abandones tú también.

Con Lucy limpiamos el departamento. Fuera del alcohol, estaba hecho un desastre y yo sin notarlo. Nos deshicimos de todo rastro que aún quedara de Damien.

—Deberíamos quemar todo esto —propuso ella seriamente—. Así eliminamos toda su energía y malas vibras.

—Claro, también deberíamos hacer un sahumerio para purificar el lugar —dije, siguiéndole la corriente.

Ambas reímos y aquel sonido se sintió tan extraño entre esas paredes que habían sido testigos de tantos momentos amargos.

Alcancé a detenerla antes de que botara una camisa. Era de Illumi y todavía guardaba su aroma, ese que se había grabado en mi mente y que al rememorar, me confirmó lo mucho que todavía lo extrañaba. La guardé bajo mi almohada.

—¿No has sabido nada de él?

—No. No contesta mis llamadas. Jamás perdonará que le haya mentido.

Lo perdí para siempre.

—Exageras, ya se le pasará. Aunque me parecía demasiado serio, como si estuviera todo el tiempo molesto por algo. Eso de la amnesia es complicado. De seguro es un neurótico, mejor que no vuelva.

Vidas cruzadas [Illumi Zoldyck] (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora