Miró por décima vez su teléfono móvil, la luz del aparato era más luminosa de lo normal y hacía el esfuerzo para mantener sus ojos abiertos.
Ningún mensaje.
Ninguna notificación que le avisara sobre su paradero.
Apretó con fuerza el móvil entre sus manos y trató de no emitir un sollozo. Se fijó nuevamente en su última conexión y había estado ausente desde el miércoles. Volvió a escribirle un mensaje, rápido y con errores de ortografía, pero no le importó en lo más mínimo.
Sábado, 12 de mayo de 2018
Acabo de marcarte, ¿por qué no contestas?
¿Aarón?
¿Estás enojado?
Háblame.
No me dejes colgada, me siento estúpida.
Aunque lo soy.
Aarón, ¿hola?
¿Te pasó algo?
Me estoy preocupando y bastante.
Aarón, por favor…
Hoy, 1:46 am
Ya, me cansé.
No es la primera vez que lo haces.
Siempre que te necesito, tú no estás.En cambio yo, sí estoy para ti.
Me cansé de llamarte y de enviarte mensajes.
¿Sabes por qué lo hago, no?
Porque estoy preocupada, estás ausente desde el miércoles.
Y hoy es domingo…
Sabía que, por más mensajes que le escribiera, él no iba a contestar. Y empezaba a pensar que quizás, no le contestaría jamás.
Apagó su móvil y la única luz que emitía también se había ido, como así, todas sus esperanzas de recibir alguna señal suya se habían esfumado. Se acostó y empezó a llorar, no sabía porque lo hacía, pero se sentía inútil.
Era inútil, según ella.
Hasta que su móvil sonó, con la típica y monótona melodía de mensajes que se había prometido cambiar y nunca lo hizo. Se levantó casi por instinto, lo tomó y desbloqueó torpemente hasta conseguir su contraseña correcta luego de tres fallos.
Aarón, un mensaje nuevo
Necesito que vengas, por favor.
Y no lo dudó.
No le importó pensar en otra alternativa, ni siquiera atinó a contestarle, porque ya estaba partiendo a su encuentro. Y algo dentro de ella sabía que no se trataba de nada bueno.