Capítulo 33

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Era jueves, acababa de llegar del trabajo, Bastian aun no llegaba a casa, se retrasó por problemas con su empresa, así que José en compañía de los guardaespaldas, me trajo de regreso.

Hace tres días de la muerte de Cristianno y dos desde que me despedí de él; Bastian me acompañó a la playa y se quedó a mi lado mientras yo vertía las cenizas en el mar, despidiéndome en silencio de mi primo, sollozando un poco, sintiéndome triste, pero tranquila al dejar sus restos en el lugar donde él quería estar.

Había llorado mucho al regresar a casa —cuando estuve sola por supuesto— Bastian me dejó hacerlo tranquila, no habíamos discutido de nuevo, todo regresó a la normalidad desde ayer, pero aun así, él no tocó el tema de mi castigo ni mencionó ningún encuentro en el cuarto de juegos.

Sus palabras se repetían en mi cabeza y me preguntaba qué era lo que nos estaba sucediendo, por qué nuestro rol se estaba saliendo de nuestras manos; aunque todo lo complicado que era mi vida tenía mucho que ver en ello. Sólo esperaba que todo volviera a ser igual, que Bastian dejara de hablarme de sentimientos, de cosas y temas que yo no quería tocar.

Dejé el cepillo sobre mi tocador y me puse de pie; acababa de darme un baño, pasaban de las cinco de la tarde, Bastian quizá llegaría por la noche, más no le prepararía la comida, puesto que, Johan se hacía cargo de ello. Cocinaba muy bien, demasiado bien a decir verdad, pero eso no me hacía dejar de extrañar la comida de Olga.

Extrañaba mi casa, a mi Rufus precioso que ya se encontraba bien, Bastian me permitió tenerlo aquí, pero lo traerían hasta que pudiese andar por si solo sin que se lastimara las heridas; tenía a alguien cuidando de él, ya que por mi trabajo no podía estar al pendiente de sus necesidades aunque así lo quisiera.

—Savannah —casi pego un grito al escuchar a Bastian; me volví a verlo. Se encontraba de pie en el umbral de la puerta, mostrándose serio y algo cansado. Su traje se encontraba pulcro, pero su corbata colgaba del bolsillo de su pantalón.

—Señor —susurré.

—¿Cómo te encuentras? —sonreí. Me había estado preguntado lo mismo todos los días.

—Bien, todo bien, Señor —respondí sin mentirle en lo absoluto.

Desde que regresamos de la playa y después de desahogarme sobre mi cama, me había sentido mejor, saqué todo el dolor de mi corazón, pero el recuerdo y la culpa serían constantes en mi cabeza; nunca olvidaría a Cristianno, del mismo modo que no lo hacía con mis padres, sin embargo, yo no era de las personas que se quedaban llorando sobre la cama por días.

La vida seguía, aprendía a aceptar que mis seres queridos se habían ido y que yo seguía aquí y por ellos debía continuar, vivir, porque era una forma de honrar a nuestros muertos.

—Bien. Te quiero en el cuarto de juegos, ya —espetó—, sabes que posición tomar —añadió dando la vuelta al terminar de hablar.

Solté un largo y profundo suspiro, saliendo de la habitación sin perder tiempo.

No sabía que me tenia preparado hoy y sinceramente no quería ni imaginarlo, porque era muy consciente que hoy no habría momentos suaves, ni rastros de un Amo condescendiente.

No obstante, no me encontraba asustada, por el contrario, la ansiedad aumentó, la emoción también; ansiaba tener a mi Amo de nuevo, a ese hombre frío y dominante que conocí en mi oficina, ciertamente lo extrañaba, porque de algún modo sentía que en estos ultimas días no había sido mi Señor, sino Bastian, sólo el hombre detrás del dominante.

No tardé en llegar a la habitación, entré y me coloqué de rodillas en un lugar sobre el suelo; abrí mis piernas más de lo normal y las palmas de mis manos quedaron hacia arriba sobre la piel caliente de mis muslos. Agaché la cabeza y la ladee hacia un lado levemente, manteniéndome a la espera de mi Señor, que no fue mucha.

Deseo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora