SUSTOS INOPORTUNOS

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Sustos inoportunos

Eran las 21:30 hs, mi mamá y mi hermana habían salido a comprar al almacén de la esquina, me quedé sola no sé, quizás 25 minutos. Mi mamá y hermana siempre se demoran en el almacén porque siempre discuten de política con el subnormal del almacenero. Estaba tranquila escribiendo y escuchando música. ¡De pronto alguien me toco el hombro y me dijo: «¡BOOO!». Era la imbécil de Mía. Esta vez no estaba vestida con mi ropa, tenía un vestido rosa liso, zapatillas blancas inmaculadas, su cabello rubio recogido en una cola de caballo, los ojos delineados por dentro y por fuera

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con rímel color negro y un lápiz de labio rosa pálido. Esa noche particularmente fue muy cruel, estaba parada junto a mí y me asustó de muerte. Me asustó tanto que abrí la puerta de mi casa y salí disparada sin el oxígeno. Corrí en busca de mi mamá y mi hermana. Cuando estaba por llegar a la última casa de la cuadra ellas doblaron y me vieron; mi hermana dijo: «¿Qué le pasó?!» Tenía el pelo revuelto, un jean que me quedaba demasiado grande, una musculosa negra y una campera azul que llevaba desprendida y me colgaba por el hombro. Cuando me vio así mi mamá me abrazó y me largué a llorar. Les conté que Mía estaba en casa y me estaba asustando. Esa noche Mía no me dejó comer. Tuve el plato de comida frente a mí quizás 25 minutos y no podía probar bocado porque me repetía: «¡Estás gorda, estás gorda, estás gorda, estás gorda!». Yo lo creía, aunque sabía que no estaba tan gorda, ya había perdido 14 kilos en menos de 3 meses. Pero ella siempre me convencía de que era así. Cuando mi mamá me tranquilizó, Mía se dio cuenta que era amada y simplemente se retiró... Solo por un rato. Me acosté exactamente a las 00:35, me conecté al oxígeno, me puse los auriculares y escuché música. De repente ya no escuchaba la música, sino que volvía escuchar a Mía, esta vez para pedirme disculpas por cómo me trató. Esa noche ella durmió conmigo, me acariciaba el pelo y repetía una y otra vez: «Perdón, perdón, perdón ¿Somos amigas verdad?» No le respondí. Dejé en la mesita de luz los auriculares y el teléfono. A la mañana siguiente cuando desperté, Mía ya no estaba, se había ido. Espero que fuera para siempre...

Agustina Pringles Pardini | Mía y yo

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28 de septiembre de 2017

9:14, la mañana del jueves. Mi mamá me despertó, me dijo que me vistiera, me preparó el desayuno, las pastillas y la nebulización. Me tome las 6 pastillas de la mañana, me nebulizó los 5 minutos que duraba el Iloprost. Luego de eso tuve la discusión habitual con mi mamá sobre mi vestuario: «No podés ponerte una remera así de corta para ir al hospital» me decía. Tuve que cambiarme. Me coloqué a Pip –mi concentrador portátil–, subí al auto y fuimos al hospital privado Cymin. Ahí trabaja mi tía Valeria, a quien decimos cariñosamente Titi. Me prepararon la cama, me pusieron la vía para pasar el hierro –tuvieron que romper la manga de la camiseta para ponérmela–. Lo que sería un trámite de 6 minutos, terminó durando 30 minutos. El hierro pasaba por el cablecito ese y cuando entraba en mi brazo, quemaba mi estómago, mis piernas, mi brazo. Fue incómodo, muy incómodo. El día lunes tenía que volver a hacerlo. Definitivamente la vida y las cartas no querían estar a mi favor.

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