ALGO QUE SIEMPRE HE ANHELADO

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Algo que siempre he anhelado

Si hay algo espantoso que siempre he sido, es ser muy negativa y envidiosa. Pero no en cosas materiales como dinero, autos, casas y cosas caras. No, siempre si hay algo que he envidiado y es

Agustina Pringles Pardini | Mía y yo

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la felicidad ajena. Desde los 15 años exactos, cuando empecé a leer novelas de amor, supe que quería casarme y tener hijos siendo joven. Tuve varias amigas que se quedaron embarazadas con 18 y 19 años, cuando me enteraba o las veía con sus hijos, sentía muchísima envidia ya que era algo que yo anhelaba desde chica. También tenía amigas que se habían casado a esa edad. Miraba las fotos de sus hermosos vestidos de novia, con sus respectivos esposos, llegando al altar, deslumbrantes, bellas. Algo que quería y no tenía. Pues ni siquiera tenía novio, nunca tuve en mis casi 22 años de vida una relación seria, era algo que yo quería y necesitaba. Quería ser amada profundamente, como yo era capaz de amar. Sabía que yo era capaz de dar la vida por la persona que algún día podía amar y era algo que buscaba todo el tiempo, el amor de un hombre, alguien que me cuidara, que bancara mis locuras, que me escuchara y que, a pesar de todo, nunca se fuera. Pero no tenía suerte, el único hombre que amé con locura, del único que me enamoré, el único que le entregué mi corazón solo se reía de mí. Eso era algo que me entristecía. Tal vez Mía tenía razón cuando me decía: «Nunca vas ser amada». Era amada por mi familia. Pero nunca iba a ser amada por un hombre, nunca iba a casarme, nunca iba a tener hijos... También existía la posibilidad de que, con mi enfermedad, mis tratamientos, los medicamentos que tomaba, quedara infértil. Por eso mamá siempre me decía: «Los hijos no son solo los que uno pare». Creo que tenía razón. Pero yo quería la sensación de tener una vida dentro mío, moverse en mi panza... sentirla. También quería llegar al altar con un hermoso vestido blanco o rosa pálido, con un hombre que me esperara ansioso para compartir la vida conmigo, envejecer juntos, tener nietos.

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Quería lo que tenían muchas de mis amigas, una persona que te ame, alguien a quien amar. Pero ya con mi edad me había dado por vencida, nunca me sentí amada, siempre fui usada, un segundo plato. Nunca me volví prioridad de nadie. Por ejemplo: cuando conocí a Juan y me enamoré de él tan ciegamente, sabiendo que ya tenía novia, igual se volvió la prioridad número uno para mí. Me olvidé de mi salud, de mi vida, de cuidarme. Simplemente me abandoné para que él fuera la única prioridad en mi vida. Y así fue, también así terminó. Después de años, se peleó conmigo y nunca más supe de él. Y así era yo, amable, enamoradiza, muy cariñosa, consentidora, simpática. Pero también descubrí que era y soy agresiva, violenta, cruel, orgullosa, oscura, soberbia y muy muy vengativa cuando quería. Pero era así, porque la vida me había terminado de desequilibrar, para esos momentos era así y muy depresiva. Lloraba por cualquier cosa, porque nunca tenía lo que quería. En algún momento iba a cambiar, pero por el momento era así. Una Agustina triste, oscura, rencorosa y vengativa, capaz de hacer sentir mucho dolor a quien me trataba mal. Muchas veces se los hice sentir a mamá y a papá. Culparlos por mi enfermedad, por mi depresión, por lo que me faltaba, por lo que no podía tener. Me desquitaba también con mis hermanas, era muy violenta con ellas. A mi hermana Guada llegué a tratarla de puta y eso hizo que se fuera una semana de mi casa, semanas después le confesé que me había dado cuenta que estaba delirando. Que todo era culpa de Mía o como ella le decía: «The Shadow». Nunca voy perdonarme el daño que le hice a ella y a mis padres. No era una buena hija ni una buena hermana. No era una buena persona. Necesitaba de Laura con urgencia, que me medicara, que me ayudara, que me sacara este sufrimiento interminable que tenía

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en el alma, en la mente y en el corazón, y para eso se necesitaba un diagnóstico certero.

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