MAS LAGRIMAS, MAS SOLEDAD

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Más lágrimas, más soledad

9 de septiembre de 2017

Durante toda la tarde del lunes planeamos con Cecilia, mi mejor amiga, juntarnos a la noche. Terminamos arreglando para que yo me fuera a su casa a dormir. Mi mamá había salido a la farmacia a comprar mis medicamentos, así que le mandé un WhatsApp diciendo:

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–Mamá, Ceci me ha invitado a dormir a su casa, ¿puedo ir? –Sí hija, no hay ningún problema, ¿a qué hora debo llevarte? –No se aún, estoy hablando con Ceci para ver a qué hora tengo que ir. –Bueno, avisame. Pensé que mi mamá iba armar una escena cuando le pedí ir a casa de mi amiga, como hizo la última vez; pero esta vez fue muy permisiva. Cuando llegó mamá a casa, ya me había bañado y me estaba tomando un café con leche. Mamá y papá merendaron conmigo, cuando terminamos nuestros cafés, papá se fue a su casa y mamá preguntó: –¿A que hora debo llevarte a lo de Ceci? –Con que esté a las 22:15 allá, está bien. –Ok, ¿por qué no vas a preparar los remedios y lo que vas a llevar? –Eso estoy por hacer. Agarré mi mochila rosa, guardé mi camisón azul, mi pequeño bolso con el nebulizador –que es pequeñito como un Smartphone–, las ampollas de Iloprost, ya que me tenía que hacer las nebulizaciones de las doce de la noche, la de la mañana y la de las cuatro de la tarde. También tenía que llevar los anticoagulantes, el Ambrisentan, el Tadalafilo, el Clonazepam y el Irazem. Llevaba el stick de selfie, que nunca usamos, también mi pupa de maquillaje Give Me Some Color, mi cepillo de dientes y la billetera con cincuenta míseros pesos. Además cargué a Pip y mi bigotera, por si lo necesitaba para dormir. Cuando llegué a casa de mi amiga estaba eligiendo una película para que viéramos con sus hermanos menores. Vimos Proyecto 43, una película dentro de videos de otras películas, un bodrio, muy bizarra, pero sirvió para reírnos un rato. A las doce y media de la noche terminó la película, nos fuimos a la cocina

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con Ceci a tomar mate. Estuvimos hablando, riéndonos, contando anécdotas de nuestra infancia, hasta que se nos ocurrió hacernos perfiles en Tinder y en Badoo. Ceci estaba en una relación, pero no le importo mucho e hicimos los perfiles, al final terminamos borrando Tinder porque no lo entendíamos, y fue ahí cuando nos armamos los perfiles en Badoo. Como siempre, ella tenía más suerte, la likearon muchos chicos lindos, mientras yo likeaba y nadie me likeaba a mí. El rechazo para mí, ya era una costumbre: en persona, on line, de todas las maneras. Me dolía, no iba a negarlo. Al final Ceci y yo terminamos borrando los perfiles la misma noche. Y a ella le hablaba un chico que conoció por Facebook, Atilio. Era lindo, rubio, ojos claros, pelo largo, baterista y estudia arquitectura, 34 años, pero parecía mucho más joven. El punto es que ella hablaba con su novio y al mismo tiempo con este chico, quedaron en juntarse el jueves a tomar algo en un bar. Toda la mañana nos dedicamos a buscar consejos para una primera cita. De qué se debía hablar, y de qué no; cómo tenía que vestirse, cómo debías halagar a un hombre. No podía negarlo, tenía envidia, yo también deseaba tener una cita, que alguien me tratara como la trataban a ella. Pero nunca lo conseguía. Estaba triste, pero no iba decírselo. Quería que ella fuera feliz y su novio no la hacía feliz últimamente, así que decidí ayudarla a planear todo lo del jueves. Por suerte el chico vivía a unas cuadras de mi casa, entonces le dije a Ceci: –Andate a mi casa temprano, que te lleve tu novio, le decís que pasas la noche conmigo. –Ok, tomamos unos mates, me ayudás a arreglarme y a maquillarme. –Sí, sí, yo te ayudo. Acordate de desactivar la ubicación de tu

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celular, para que tu novio no vea que te estas moviendo una vez que te busque y lleve Atilio. –Sí, eso tengo que hacer, haceme acordar. ¿Qué hago para no saltarle al cuello? –Te doy un par de tragos antes de que salgás. Así vas relajada, y por favor no digás idioteces. –No, no. Voy a ser yo misma, voy aplicar todo lo que aprendí, me voy a vestir sexy, pero sin ser vulgar. –Claro, tenés que crear la ilusión de desnudez –le aconsejé. Lo que quedaba de la tarde, nos la pasamos planeando qué íbamos a hacer para que el novio no se diera cuenta. Nos íbamos a arreglar y a sacarnos una foto y subirla a todos lados para que el viera que estaba conmigo. Le pedí que después me dijera si iba a volver a mi casa o si le iba a pedir a el que la llevara la suya, que me mantuviera al tanto de lo que hacía, que me avisara si estaba bien. Volvía mi casa a las apuradas ya que tenía turno a las cinco de la tarde con Marianela. Nos dedicamos la sesión a hablar de Mía. Le conté que ahora estaba prácticamente todo el día conmigo, que hablábamos, que ya no me decía cosas feas, que éramos amigas, que estaba tratando de averiguar si Mía era una alucinación o un alma en pena. Fuera lo que fuera, Marianela dejó bien marcado que ella no existía... –Agus, Mía no existe. Puede ser algo que trasciende este mundo, o puede ser algo que tu cabeza ha desarrollado –y en tono grave continuó–: Mía puede ser una consecuencia de tu enfermedad, ella es una parte de vos, mejor dicho, sos vos, pero es tu parte negativa. –¿Cómo? No lo creo, porque ella ahora es buena, somos amigas, puedo sentirla, puedo sentir su tacto y ella el mío. Es buena. Le conté que también ya tenía turno para ir a la Fundación Fa

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valoro. El 24 de octubre a las 14:00 h tenía turno con la doctora Liliana Favaloro, la hija de René Favaloro. Marianela preguntó: –¿Cómo te sentís con el viaje acercándose?, ¿tenés miedo?, ¿estas ansiosa?, ¿te asusta algo? –Realmente, no me importa –le dije con toda sinceridad. –¿Cómo qué no te importa? –Sí, no me intersa, ya sé que van a hacerme, sé que van a repetirme todos lo estudios que me hice acá, que van a dar exactamente el mismo resultado, ¡no sé qué esperan! Quizás que me cure por un milagro jajaja... –le dije en tono irónico. – ¿Estas enojada? –Muuuuuy, estoy harta de todo. –Pensá que es un paso más y todo se termina. –Mía no va a irse, ya me lo dijo. –Eso es lo que vos creés. Me contó Laura que fuiste a verla. Laura es mi psiquiatra, trabaja en conjunto con Marianela sobre mi caso y otros tantos más. –Sí, fui a verla. Estoy enojada con ella, no quiere darme más medicamentos porque dice que pueden alterar mi salud, que ya está un tanto delicada. Le dije que era una idiotez lo que decía, que era pura basura. –¿Eso le dijiste? –Sí, Laura antes me intimidaba, ahora ya no. –¿Estas muy molesta con ella? –¡Cómo no iba a estarlo! Por su divino capricho yo sigo delirando, total, no pasa nada, ¿no? –No estás loca, ni tampoco estas enloqueciendo. Solo estas enferma. –Ok. – ¿Nos vemos el 19 de octubre?

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–Sí. Después de todo ese eterno día, regrese a casa a las siete de la tarde muy cansada, ya que no había dormido nada en casa de Ceci. Llegué, me saqué todo el maquillaje, me bañé y pasé muy triste lo que quedaba del día. Me sentía sola, sentía envidia de mi mejor amiga. Yo también quería el amor de un hombre, quería que alguien me tocara. Quería todo, me sentí muy mal al ver que ella estaba de novia y planeando una cita con otro hombre hermoso. Definitivamente quería esfumarme de la tierra.

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