DIAS GRISES

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Días grises

26 de octubre de 2017

A pesar de que hoy tampoco tenía hospital, la doctora Favaloro realizaba un ateneo sobre mi caso con varios especialistas. Teníamos que esperar que me llamaran para avisar cuando tenían que verme otra vez. Me levanté 8:30 de la mañana, mamá se metió a la ducha y yo comencé a vestirme, me había bañado la noche anterior y todavía tenía el pelo mojado. –Ponete el short negro, con las medias negras y el vestido negro cortito –me aconsejaba Mía. –¿El que tiene la espalda abierta y los bordados blancos? –Sí, ese, te queda genial –dijo entusiasmada– también la joyería de fantasía... Como estaba anticuagulada, había tenido que sacarme el pir

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cing que alguna vez tuve en la nariz, por eso en Todo Moda, me compré un septum trucho y un aro trepador falso que tenían diamantes de fantasía. –¡Te ves linda! –dijo con alegría. –Gracias. –¿Vamos a pasear hoy? –Sí, no vas a pensar que vamos a quedarnos todo el día en el hotel. Bajamos a desayunar, tomé un café con leche y medialunas. Recorrimos varias librerías donde compramos 12 libros; uno de filosofía, algunos policiales, poemas, eróticos... de todo un poco. Se hicieron las cuatro de la tarde y yo seguía caminando, ya no toleraba el dolor de piernas, hacía muecas de dolor mientras caminaba y mi mamá decía: –Hija, ¿estas bien? –Perfectamente –mentía, me sentía de lo peor. –¡Te ves terrible! –No, me siento bien... Mi mamá suspiraba, hacia 17 años lidiaba con una hija enferma, creo que estaba cansada. Se le notaba, ella suspiraba y sabía lo que pensaba: «Ojalá pudiese comportarse como una chica normal de 21 años». Conocía a mi mamá como la palma de mi mano. Sabía que estaba preocupada por mi dolor. Ella decidió que a las seis de la tarde, la actividad había terminado. Tenía que llegar tomarme unos calmantes y acostarme. Decidí leer uno del libro que compré de Verónica Carreras Venturini llamado En Grises y Dorados, uno de los poemas que más me marcó decía:

Agustina Pringles Pardini | Mía y yo

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Nunca moriré de amor por nadie: del amor vivo... por él me nutro, de el nazco y en el yago cuando duermo en las noches del hastío. Nunca moriré de amor por nadie: por amor, vivo... porque el amor es vida y es encanto, siempre hay un renacer adentro mío. Sé que viviré sin el espanto de estar lejos y saberte mío porque mío no sos, sin embargo, porque te amo. Acepto este castigo.

Me recordaba todos mis fracasos amorosos... Cuando terminé de leer, me fui a bañar. Pasé una hora en la ducha, desnuda con el agua tan caliente que podía dejarme ampollas. Frente de la ducha había un espejo que permitía mirarte hasta mitad de los muslos, comencé a observar todo lo que sobraba de grasa en mi cuerpo, era demasiado... Me quedé bajo el agua caliente mirando la cicatriz gigante que ocupaba gran parte de mi estómago, cicatriz que parecía el símbolo de un Mercedes Benz –es una Y sin el círculo–. Cuando me envolví en las toallas, habló Mía: –No vale la pena que te sigás odiando.

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–Me doy asco, con razón nadie me mira –se lo dije con tristeza mezclada con rabia–. Por eso siempre me humillo. –Dejá de hacerlo, estas linda. –¿Vos creés? –¡Estoy segura! –¿Alguien va amarme? –No lo sé Agus, no soy vidente. –Esta bien. Mía era una alucinación, no una vidente. No podía pedirle que viera mi futuro. Era y sonaba totalmente ridículo.

MIA Y YO (TERMINADA)¡ PRONTO EN LIBRERÍAS!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora