Agualuna

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          Érase una vez, en los albores del tiempo medio, en un pueblo costero de los mares del Pacífico, había un atractivo brujo afamado. Subsistía de las ganancias que recibía por su servicio: curar enfermedades, purificar el alma, y proteger al poblado.

          En una cálida noche de verano, el brujo se encontró con una joven doncella. Era hermosa, tenía una larga cabellera cristalina cayendo por su espalda como una cascada. Su piel parecía hecha de diamantes y la fina tela de su vestido apenas cubría las delicadas ondas de su figura. Ella le hablaba con una melodiosa voz casi irreal y misteriosa. El brujo quedó anonadado por unos instantes, pero rápidamente reaccionó ante la petición de auxilio de la muchacha. Enunció que había un niño atrapado en una gruta cercana y que necesitaba su ayuda para socorrerlo. 

          Juntos fueron al lugar, él tenía una mirada decidida y dispuesta a ayudar, en cambio ella tenía una mirada oscura que escondía un haz de lujuria y perversión. Al llegar a la gruta se respiraba un ambiente denso. El brujo no veía al niño por ningún lado y al voltearse vio cómo los rayos de la noche reflejaban en la piel de la joven doncella. Poco a poco, ella fue despojándose de su ropa de manera seductora ante la mirada de sorpresa del brujo. 

          Por primera vez pudo apreciar que no era una simple mortal, pues toda ella estaba hecha de agua. La divina criatura se aproximó lenta y suavemente con una aleación de deseo y morbo con intenciones de besarlo y demás. El brujo la rechazó bruscamente sabiendo de sus intenciones y su engaño por lo que ella enfadada se abalanzó sobre él intentando llegar a su cuello. No le quedó más remedio que defenderse por lo que hubo un forcejeo del cual consiguió escapar, no sin antes recibir una maldición por parte de ella: "Hoy has escapado, pero deberás volver cada siete años. Verás a todos tus seres queridos morir, puesto que a partir de ahora no envejecerás y si osas incumplir mi voluntad y faltarme el respeto, a mi, Agualuna, tu amado pueblo verá su destrucción". El brujo ignoró la advertencia, y durante los años siguientes vivió sin ninguna atadura.

           Pasaron siete años, pero él con el paso del tiempo había olvidado la maldición. Una noche de verano, a la luz de la luna, apareció una enorme ola cabalgada por una bella mujer, de aspecto espectral y piel cristalina; era Agualuna. Desafortunadamente la ola asoló el pueblo y consigo se llevó a varios habitantes, solo quedó el brujo y unos pocos que sobrevivieron. Indignado por la tragedia se apresuró hacia la costa lo antes posible para implorar el perdón de la divinidad del mar. Pudo llegar a hacer un trato y a partir de entonces cada siete años se encontraban en la gruta para consumir el acto del amor, en contra de la voluntad del brujo y para el placer de Agualuna y con ello evitaba que el pueblo se viese arrasado otra vez.

          Ya en la actualidad, el brujo era un joven adinerado gracias a los tributos que el pueblo le ofrecía por su sacrificio. Pasaba sus días encerrado en su gran mansión, afligido y aislado, no le quedaba nadie ya que todos sus seres queridos murieron hace tiempo. Pero un día lluvioso y apagado, apareció en su puerta un muchacho. El brujo no pudo evitar fijarse en su atractivo y con un temperamento más amable del que suele emplear para las visitas inesperadas, lo hizo pasar. El joven explicó el motivo de su visita pues su querida hermana pequeña se encontraba en un estado deplorable, debido a una enfermedad atroz. Estaba desesperado por encontrar una cura y mientras relataba su situación, sus bellos ojos inocentes, se nublaban de lágrimas. Aquella mirada llena de amor y tristeza derretía incluso los corazones mas helados como era el caso del brujo el cual asimismo se sorprendió bastante de que lo consultaran en esta época donde los avances científicos lo podían todo.

         Con el antiguo espíritu altruista, estuvo dispuesto a ayudar al muchacho, aclarando que no sería sencillo y que necesitaría su ayuda para elaborar la cura. Pasaron bastante tiempo trabajando codo con codo y por esa razón entre ellos surgió algo más que una fuerte amistad. ¿Quién iba a saber que el amor le esperaría en la puerta de su casa? Tiempo después consiguieron reducir el mal estado de la hermana pequeña pero no lograron curarla, no podían evitar lo inevitable.

         El gran vacío que se produjo en el corazón del muchacho fue sustituido por el cálido amor que el brujo le ofrecía, aunque siempre le faltará su querida hermana. Por otro lado, viviendo felizmente con él olvidó una cosa sumamente importante: la maldición. Llegó el día en que tenía que reunirse con Agualuna, pero el hecho de estar con su pareja hizo olvidarse de aquello. Por fin era feliz con alguien después de tanto tiempo y no quería estropearlo, pero vista la maldición, llegaría un día en que tendría que despedirse de aquel muchacho que se presentó en la puerta de su casa aquel día lluvioso.

          Finalmente llegó aquel tormentoso momento donde por consiguiente Agualuna se presentó cabalgando encima de aquella enorme ola al igual que aquella vez hace mucho tiempo. Ya era demasiado tarde, hizo enfadarla y toda su ira se vio plasmada en el ambiente. Sin embargo él tenía que hacer algo, no podía quedarse a ver cómo toda la ciudad quedaba destruida otra vez, sobre todo cómo se llevaba lo que más quería en este mundo. El brujo desesperado, no podía pensar con claridad así que instintivamente fue a la playa lo antes posible para rogarle clemencia.

         Una vez allí se plantó con los brazos abiertos delante de la enorme ola que se aproximaba y gritó: "Por favor Agualuna ten piedad, fui yo quien cometió un error no debes pagarlo con toda la ciudad. ¡Haré lo que sea, lo que tu quieras, me iré contigo si tanto lo deseas!". Tras mencionar aquellas palabras todo cesó pero no fue hasta más tarde que se dio cuenta del significado de estas. Por un momento pensó que todo había acabado pero no fue así puesto que del agua surgió aquella bella mujer: Agualuna. Se aproximó y posando su mano en la cara del brujo dijo: "Por fin eres mío". Él no podía creérselo, iba a dejarlo todo por el capricho de aquella criatura y ante la situación no pudo evitar que se le escapase una lagrima tras otra. Había llegado a ser feliz y ahora esa felicidad se la iban a quitar. Lloró, lloró más que nunca, lo necesitaba y antes de desaparecer entre las aguas se giró y dijo "Lo siento, espero que me perdones, nunca quise a nadie como te quiero a ti, por eso espero que lo entiendas, te quiero". Aquellas palabras iban dirigidas a su amado pues a pesar de que no estaba presente el deseaba que las hubiese escuchado, no quería irse sin despedirse de él ni de su vida. Lo único que le hacía feliz en ese momento era saber que la ciudad y su amado estarían a salvo.

AgualunaWhere stories live. Discover now