Había una vez una chica, no de esas chicas perfectas, no del tipo de chicas que salen en los cuentos de hadas, pero tampoco muy diferente al resto de chicas en el mundo. Ella solo era una chica imperfecta.
Imperfectamente linda, imperfectamente inteligente, y eso la convertía en ser más perfecto de la tierra, o al menos así lo veía Jackson.
Jackson era igual de imperfecto que ella pero no lo reconocía. Y tampoco reconocía que, desde el momento que había hablado con la chica imperfecta se había enamorado de ella.
No de una forma superficial, y tampoco era un enamoramiento, él la amaba a ella, y ella... también la amaba a él.