Parte Única

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Había pasado un mes desde la última vez que lo había visto.

Yoo Young Jae, sí era él, con su linda cabellera oscura hecha un desastre por la mañana cuando corría hacia su universidad, con una sonrisa las veinticuatro horas del día —o al menos cuando tenía oportunidad de verlo—, con una risa contagiosa que hacía sentir esas hermosas mariposas en su estómago, con unos ojos llenos de brillo que sólo reflejaban pureza, con la piel más suave que había sentido en su vida, sólo Young Jae.

Recordaba perfectamente cuando lo había visto por primera vez en la cafetería.

Era un día lluvioso como casi todos los días de Junio. La cafetería estaba casi en un cincuenta porciento llena y el día parecería totalmente normal hasta que él cruzó la puerta de entrada. Vestía un gran abrigo color gris que le llegaba por encima de las rodillas, junto con unos jeans negros totalmente ajustados a sus delgadas piernas y unos lindos botines grises que hacían juego con su abrigo. Su cabello estaba un tanto mojado y lo había peinado hacia un lado, traía también consigo su mojado paraguas negro que justamente había cerrado cuando la campana de la puerta había dado el aviso de su llegada.

El pelidorado quedó hipnotizado al instante por su gran sonrisa característica y había olvidado completamente hasta su nombre al verlo caminar hacia él.

Cuando por fin lo tuvo justamente enfrente de él, observó con detenimiento su rostro que parecía totalmente el de un ángel. El gran desconocido le dedicó una gran sonrisa que lo hizo sentir por primera vez esas irremediables ganas de querer besarlo.

—Disculpa, ¿puedes decirme dónde queda el baño? —Cuestionó amablemente el desconocido.

Fue la primera vez que escuchó su voz, y podría jurar ante todos que era la mejor voz que había escuchado.

—A la izquierda, detrás de aquél librero. —Habló con nerviosismo y señalando con su dedo índice la entrada de los baños.

Esa ocasión, esos cinco segundos de su vida se sintió como el estúpido más grande del mundo.

—Gracias... —Dirigió su mirada hasta la placa dorada que mostraba su nombre. —Dae Hyun, sí. Gracias Dae.

Se había emocionado un montón por la terrible naturaleza de Young Jae. Porque tenía que aceptar que su nombre sonaba jodidamente lindo cuando él lo pronunciaba.

El desconocido sólo sonrío una vez más y con un tranquilo caminar se dirigió hasta los baños.

Dae Hyun pudo regresar a su realidad cuando el pelinegro se había perdido de su vista. Sentía su corazón latir a una velocidad increíble y sus mejillas arder como nunca.

Desde aquella vez como un enamoramiento instantáneo esperaba con ansias que regresara a la cafetería. Claramente esto no fue tan rápido para su gusto, Young Jae regresó exactamente dieciocho días después. Ese día había sido genial porque había descubierto su nombre junto con su apellido cuando lo había pillado hablando por su móvil dando sus datos al parecer a su compañía telefónica. También, corrió con la suerte de poder atenderlo y servirle su café para llevárselo a casa.

Los días pasaron y las visitas del pelinegro se hacían cada vez más frecuentes en la cafetería, cosa que alegraba al pelidorado ya que siempre iba con la fiel esperanza de poder verlo una vez más.

Pero ahora todo era diferente ya había pasado un mes y dos días desde que Yoo Young Jae había comprado un mokaccino con doble porciento de chispas de chocolate. Las primeras dos semanas habían pasado normales para Dae Hyun, pues se mantenía con la idea de que tal vez pudo viajar a algún lugar importante o había enfermado, pero sus buenos pensamientos se iban desvaneciendo cuando el calendario marcaba un día más y aunque sólo cruce unas cuantas palabras cuando va a la cafetería, le preocupa muchísimo.

Coffe Shop || DaejaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora