Act 01

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° Father °

Las calles de la ciudad se encontraban en total armonía, los autos parecían no circular y el sol estaba asomándose tímidamente por el horizonte, anunciando un nuevo día. Un pájaro voló, posó sus patitas sobre la rama de un árbol de Cerezo y comenzó a cantar su hermosa melodía mañanera.

Sin embargo, el pequeño nunca esperó que recibiera el impacto de una bala en el pecho, haciéndolo volar en mil pedazos.

—¡CÁLLATE! —Exclamó una peculiar criatura desde la ventana de su habitación— ¿¡PORQUE NUNCA ME DEJAN DORMIR!? ¡LOS ODIO, PÁJAROS ESTÚPIDOS!

El ente sacó un par de escopetas de la nada y comenzó a disparar como desquiciado a todos lados mientras gritaba enfadado, causando destrozos y caos en la habitación.

(...)

Negas se había quedado dormido encima del teclado de su PC, estuvo una gran parte de la madrugada escribiendo el tan dichoso informe que le habían pedido, que por suerte había logrado terminar.

Entonces escuchó todo el caos que se estaba armando en la habitación de a lado, abrió los ojos de golpe, mostrando así a unos ojos cansados y rojos, hizo el mayor esfuerzo para no soltar una vulgaridad, solamente rodó los ojos al suponerse de quién se trataba. Miró hacía al reloj que estaba a un lado de él.

Eran las 5:43. El maldito Mono lo había despertado mucho más temprano que la vez anterior.

—Ese Pinchimono... —Dijo Negas poniéndose de pie y limpiándose la baba que caía de su boca hasta su cuello, luego se encargaría del higiene personal.

Salió de su cuarto y se aproximó al del ente inestable, entre más se aproximaba, el caos se hacía mucho más potente e insoportable, los disparos y los gritos retumbaban en el interior de su cabeza, era increíblemente fastidioso.

Abrió la puerta de la habitación sin pedir permiso alguno y asomó su cabeza con el temor de que recibiera un disparo por parte de aquella criatura y efectivamente casi fue así, cuando Negas se asomó para dar un pequeño vistazo, una bala pasó rozando encima de su cabeza.

El responsable al percatarse de quién estaba en la puerta detuvo los disparos y los gritos desesperantes casi al instante. Negas simplemente observó la habitación; era un caos, todos los muebles habían sido traspasados por las balas, partes del techo se habían desprendido, el colchón parecía un queso chédar por tantos agujeros que tenía y la ventana estaba rota. Incluso se le quitó el sueño al ver todo ese caos.

—Sabes perfectamente que debes de limpiar este desastre. —Dijo Negas haciendo un gigantesco intento por no ir y ahorcar a Pinchimono con sus propias manos.

De verdad que mantenerlo era mucho muy complicado, ya había gastado buena parte de sus ahorros tratando de mantener la habitación de Pinchimono aún en pie. Si un día la negatividad no lo mataba, entonces los corajes lo harían más tarde.

—¡Tu no eres mi jefe! —Exclamó Pinchimono guardando sus escopetas

—Soy tu padre —Respondió Negas seriamente—. Gracias a mí tú vives; la sangre podrida y las emociones explosivas que tienes almacenadas en tu ser me las debes a mí, Pinchimono. Así que mientras vivas en mi casa, seguirás mis reglas ¿Comprendes?

Pinchimono asintió con el ceño ligeramente fruncido. Odiaba cuando su padre le daba ese sermón y lo peor de todo, era que tenía la razón y eso lo hacía sentir aún mas responsable de todos los destrozos que muy a menudo hacía.

—Dios mío —Dijo Negas dando un suspiro—. Un día de estos vas a hacer que muera del coraje, tienes suerte de que el doctor me dijera que no tuviese ataques de furia. Al menos llevo dos semanas así, por favor no hagas que comience de nuevo.

—Bien —Pinchimono bufó con fastidio—. Limpiaré mi habitación.

La criatura se puso manos a la obra y comenzó a recoger algunos escombros y a acomodar varias cosas que estaban tiradas en el suelo.

—Excelente —Dijo Negas aproximándose a Pinchimono, el sacó su cartera del bolsillo trasero de su pantalón y de ella tomó un billete, el cual dejó sobre el buró que estaba junto a la cama—. Te dejaré 500 pesos por si necesitas comprar algo, yo tengo que alistarme para ir a la Maquila.

Negas le dió unas ligeras palmaditas a su hijo en la espalda.

—Adiós, chavo —dijo el uniceja despidiéndose—. No me quemes la casa, cabrón.

Dᴇᴀᴛʜ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora