Estacionamos el auto frente a la casa de nuestros amigos, habíamos hecho 2 horas de viaje, solo para estar aquí. Bajé del automóvil junto con mi familia y tocamos la puerta, toc, toc, toc.
Nos recibieron con sonrisas y saludos, la celebración había sido maravillosa, y nos habíamos divertido. Cantando, bailando y disfrutando pasamos la tarde, pero como todo lo que inicia acaba, nos fuimos, ya al anochecer. Mi primo, mis papás, mi hermano, mi abuela y yo caminábamos a la casa que teníamos en esa parte del país, que por cierto no estaba lejos.
Entonces, se escucharon los disparos, eran fuertes y constantes, así que corrimos, los que disparaban eran unos policías. Les dieron a los más pequeños, ósea mi hermano y mi primo. Murieron ahí, y nosotros los dejamos ahí.
Seguimos corriendo hasta que llegamos a la casa. Un policía nos había seguido, entró apresuradamente.
-Váyanse de aquí-. Nos pidió casi de rodillas con los ojos inundados de lágrimas
-¿Nos vas a dejar ir como si nada? ¿Qué quieres a cambio?-. Inquirí dudosa, luego me di cachetadas mentales, por ser tan curiosa.
-No, en realidad no. Necesito que uno de ustedes se sacrifique por los demás, si no me matarán a mi.
-Bueno, yo me quedo-. Se ofreció mi padre.
-No, y punto final. La que se queda seré yo, ya viví mucho tiempo-. Negó mi abuela.
-¡Váyanse si no quieren que los mate a todo!-. Gritó desesperado el oficial.
Abracé a mi abuela, la apreciaba mucho, siempre había estado ahí para mí. Luego salimos a trompicones de la casa, y tomamos el coche, huyendo y dejando muertos a mi hermano, mi primo y mi abuela.
Desperté con lágrimas en los ojos y la respiración acelerada, quién diría que esa pesadilla me perseguiría por años.