Capitulo 9

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En la cocina de melisa, mientras ella hervía sus pegajosas gachas, yo luchaba con el cepillo de pelo y la melena de maya: enredada, crispada y con un sospechoso aroma a frambuesas.

—Ay —se quejó maya.

Sonó el teléfono y corrió a por él:

—Me toca. Yo contesto —descolgó—. ¿Sí? Aquí casa de tía melisa. —Un minuto después, soltaba una risita—. No, bobo, las princesas no contestan el teléfono. Soy maya.

Se quedó callada de nuevo. Con el teléfono en la oreja y una mano apoyada en la cadera, de pronto me asaltó la imagen futura de mi hija adolescente.

—Sí, me está cepillando el pelo, pero un poco a lo bruto, y todo porque lo he metido en el yogur.

— ¿Así que es yogur? —Ahora entendía por qué estaba tan enredado.

—No, sabía igual. —Volvió a reír maya—. De acuerdo, así lo haré. — Me tendió el teléfono—. Derek quiere hablar contigo.

De nuevo sentí esa agitación expectante, incómoda y persistente. Probablemente, de ese mismo modo se sentía el Highlander ante la presencia de un ser inmortal.

—Hola —respondí procurando mostrarme frio.

— ¿Stiles? Hola, soy Derek.

—Hola.

Melisa dejó de revolver la olla para, deliberadamente, escuchar la conversación.

—Hola, siento molestarte pero es que tengo un pequeño lío y me preguntaba si podrías echarme una mano.

«Dios mío, por favor, por favor, haz que necesite ayuda para quitarse los pantalones».

— ¿Qué es lo que necesitas?

—Estoy esperando un paquete que debería llegar a las diez, pero me acaban de llamar y tengo que irme antes a trabajar. ¿Podrías venir a casa para firmar el recibo cuando lo traigan?

Sonaba fácil. Y platónico.

—Claro, sí que puedo.

Pude oír un suspiro de alivio al otro lado del teléfono:

— ¿De verdad? ¡Genial! Gracias.

—No pasa nada. ¿Quieres que vaya ahora mismo?

—Si puedes... Lamento estropearte la mañana.

—Bueno, creo que mis obligaciones sociales pueden esperar. Llego en cinco minutos.

Siendo realista, habría necesitado quince para ponerme guapo, pero ¿qué sentido habría tenido? Éramos barcos que se cruzan en medio de la noche. Cuando colgué, melisa juntó las manos y exclamó:

—Oh, Dios mío.

—Melisa —dije y levanté la mano para acallarla—. Solo necesita a alguien para esperar un paquete. No lo conviertas en otra cosa. Es un favor entre vecinos.

—Alberta Schmidt vive puerta con puerta con los Pullman —repuso ella cruzándose de brazos—. ¿Por qué no se lo ha pedido a ella? Está más cerca.

—Probablemente porque a él le debemos ya... ¿diez favores al menos? Y porque Alberta huele a queso rancio.

—Sí, tiene muchos gases —reconoció melisa—. Es ucraniana, ¿sabes?

No tenía ni idea de que quería decir con eso, pero tampoco tenía tiempo para averiguarlo. Me quedaban cinco minutos para lavarme la cara y dar con un conjunto que transmitiera una sofisticación informal y tuviera a la vez un toque de disimulada sensualidad. Hasta los barcos que navegan de noche quieren tener buen aspecto. Quince minutos más tarde, Derek me recibió en la puerta principal.

Mi Segunda Primera Vez ||Sterek UA||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora