Madrugada 1

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     Hoy estuve hablando con Aimara, mi compañera del colegio. La tuve ahí bien cerca de mí. Su pelo rubio y ensortijado rozaba mi brazo derecho cada vez que se movía como dándome en secreto una caricia. Ella es de esas chicas que seduce a todo el mundo o al menos es lo que yo pienso. Cuando camina, cuando habla, cuando se ríe hace que el planeta entero se incline a sus pies. Aimara es muy linda. Es la más linda de todas las chicas del colegio. Yo no me canso de mirarla, y de imaginar que paso los momentos más felices de mi vida con ella.

Casi todas las noches, sueño que ella y yo reímos juntos... que caminamos agarrados de la mano... que nos vamos de viaje... que nos abrazamos.

Todos los días en el aula del colegio, la observo desde el último banco del salón. Aimara está siempre en la segunda fila, ella se sienta siempre al lado de Tuco, así le decimos todos porque es colorado, pelirrojo; pero en realidad se llama Gastón. ¡I Qué suerte tiene ese pelirrojo flaco y alto! Que bronca que le tengo porque está todo el tiempo con Aimara y hasta también en los recreos. Me cuesta reconocer que de todos es el mejor en apariencia, pero yo sé que algún día voy a crecer e incluso lo voy a pasar a Tuquito. Ahora, soy petiso y gordito. Pero, ya me voy a poner grande y Aimara me va a mirar como lo hace en mis sueños. Es muy probable, que ahora ella no se dé cuenta de mi amor, que me convierte en el más ridículo de la clase.

Hoy ella me miró cuando se levantó antes de salir al recreo, me sonrió desde donde estaba parada, y cuando salimos a jugar, lo hizo también.

Pienso que por ahí sea verdad lo que me dice mi mejor amigo Tincho, que ella nunca me va a ver como otra cosa que no sea su compañero, porque soy más bajo que los otros chicos. Mi abuela, ella me dice que residen tengo 12 años y que tengo tiempo para crecer; por ahora, Aimara se tiene que agachar para darme el beso del "hasta mañana": cada vez que el timbre hace notar que el día de clases termino; es más alta que yo, no importa eso creo, porque hoy me miró y me sonrió. Cuando entramos del recreo, antes de que entrara la profesora de matemática, me miró de nuevo. Yo me puse tan colorado como un tomate y de la vergüenza me quedé sentado en mi banco, atrás de todo, como si me quisiera esconder, como si así, nadie podía verme. Quise disimular mis nervios y levanté mi mano izquierda y señalé hacia el cielorraso con mi lapicera azul. Ese cielorraso que es el gran testigo de mis miradas continuas, que suben como un ruego al cielo que está por encima de esos ladrillos. Porque yo quiero estar al lado de ella y hablarle, y compartir la tarea, los recreos, como hace Tuquito. Pero, quiero todo eso y si me mira o la tengo cerca me pongo muy nervioso. A Tuco no le pasa eso, él se la pasa hablando, riéndose, y yo. soy tan tímido. Aimara me animo a decirle cosas cuando sueño con ella.

"Ah!!! Eso no vale", me dice Tincho, porque a veces le cuento lo que me pasa con Aimara. Él se ríe y me dice que soy muy tonto, y que ella no me va a mirar. El que no entiende es por qué nunca se enamoró. Yo sí. Para mi estar enamorado es eso, pensar todo el tiempo en ella, soñar despierto.

Hay muchas chicas en mi clase, pero Aimara es diferente. Hoy, se acercó tanto a mí que cuando su pelo acarició la manga de mi pulóver azul, sentí que corría una brisa suave que me invitaba a seguirla. Corría con ella mientras sentía las caricias del viento en mis mejillas y veía como hacia rulos en su pelo rubio, nos escapamos de la mano a un campo, arboles, pajaritos de colores. Y rodábamos por el pasto que parecía un colchón de plumas verdes, nos abrazábamos y nos besábamos. Ella otra vez se reía, y la miraba, y entrábamos y salíamos de la imagen. ¡Los dos solos! Qué me importaban Tuco y su altura, mi mejor amigo Tincho y sus recomendaciones, y el resto del mundo. Ahí estábamos los dos: Ella y yo. El resto del universo no existía. Yo no veía a nadie más que Aimara. Detrás de los árboles apareció un viejo tocando un trombón. Me hizo acordar al profesor de música. El hombre tocó una canción de amor, la preferida de Aimara. Ella me miró con cara sorprendida y al mismo tiempo feliz. Estaba tan feliz como yo. Reía, y su pelo dorado como el sol se sacudía hacia los lados como olas en el viento. Mi mundo con ella tenía flores por donde miraríamos, pájaros que con sus colores pintaban de arco iris el cielo y en cada planta que se apoyaban y además una música con tono a Te Quiero hacía de fondo en ese lugar, que era Mi Mundo con ella. Todo era magia. Parecía una delicada estampa salida de un cuento mágico de niños de los años cincuenta. Como los dibujos que me muestra mi abuela en sus libros de cuando ella era chica.

Yo seguía metido en mi mundo de colores y flores que se multiplicaban en cada paso dado, la clase empezó y yo ni me enteré. La profesora tenía que explicar un tema bastante difícil para la prueba, no escuche nada, solo el sonido del timbre que anunciaba el recreo, hizo que mi mundo se desarmara y salte sobre mi banco. Mi cara debe haber tomado una forma un tanto rara porque de pronto sentí la mirada de todos y como que estaba a punto de desmayarme. La profesora llamó al preceptor. Yo seguí sentado, pero era como que la cabeza me daba vueltas y veía como destellos brillantes. Vi al preceptor intentando comunicarse por teléfono con alguien. Yo no entendía qué pasaba, busqué la cara de Aimara entre todas las caras, pero no logre encontrarla, pensé que seguramente ella se había ido al baño, pero no.... estaba apoyada en la puerta del aula charlando y riendo con Tuco. Ahí nomás. me levanté, no sé de cómo, pero me levanté tan rápido que fui corriendo hasta la puerta en donde él estaba hablando y le di una trompada al pelirrojo, él se tambaleó y casi se cae. Me estropeo el mundo, mi mundo con ella.

Mis compañeros, las profesoras, el preceptor y la Directora no entendían nada. Todo se volvió confuso para ellos, menos para mí. ¿Cómo iban a entenderlo? Si nadie imaginaba mi amor por mi compañera. Aimara lo sabía Tincho, mi mejor amigo. Pero él no decía nada, me lo juro.

Tincho se me acercó para alejarme de Gastón. Encima el tonto de Tuco ni siquiera me devolvió la

trompada. Aprovechó a abrazarse a Aimara para que le calmara el golpe que yo le había dado.

- ¿Qué haces Agustín? -me dijo mi amigo, agarrándome de un brazo.

Lo miré con cara de mandarlo al diablo y no le contesté nada.

Me pregunto si es tan difícil entender a un Julián de doce años enamorada de una Aimara de casi trece. Un Julián que sólo tiene diez centímetros menos de altura que ella. Un Julián que sueña todas las noches que le promete amor eterno a su Aimara.

Me llevaron a la Dirección, y al rato vino mi papá, ahora me doy cuenta con quien se quería comunicar el preceptor, vino a buscarme para llevarme a casa después que la Directora le contara todo el lio que yo había armado, γ la trompada a mi compañero de grado, a Tuco(Gastón)

Mi papa se acercó y me mira muy enojado.

- En casa-me dijo, papá-, tendremos que hablar mucho, mamá y yo con vos, Juliano.

Yo agaché la cabeza y me fui del colegio casi llorando. Le quise explicar durante el viaje a casa lo que realmente había pasado. Pero, él no me escuchaba. Me sermoneó hasta que llegamos. En el fondo ya sabía que papá tenía razón, pero no me pude controlar era más fuerte que toda buena enseñanza. Llegamos a casa entre sus gritos γ reproches. El tampoco entendía nada, no valía la pena explicarle mi amor incondicional: de amores de verdad solo sabía el que le tenía a mama. Yo sabía que después vendría el turno de retos por parte de mamá, aunque por ahí a ella le podía contar lo de mi amor.

Mejor no: me da mucha vergüenza. No me van a entender. Me dirá que me deje de pavadas y de perder el tiempo. Que son cosas de chicos. Que estudie y que me comporte en el colegio como debo hacerlo.

Papá y mamá, me mandaron a mi cuarto. No me dieron permiso para ver la tele ni jugar con la Play. Era oficial, estaba en penitencia. Esa tarde me lo pasé tirado en la cama, y solo pensaba en Aimara. Y en que si le hubiera pegado con más fuerza lo hubiera tirado al piso al colorado, pero no me salió tan fuerte la trompada. Por ahí otro día lo conseguía.

A la hora de la cena mis padres me siguieron sermoneando. Yo los escuchaba, pero seguía pensando en Aimara y en la trompada que le había dado al colorado. No estaba nada arrepentido, pero no se los dije a mamá y papá, se iban a enojar más todavía.

Después de cenar, me acosté. Intenté dormir, pero no pude. Di muchas vueltas en la cama, y como tenía prohibido ver tele y jugar con la Playa, tuve que elegir entre mirar el cielorraso que conocía mi historia de amor o agarrar una lapicera y empezar a escribir.

Elegí escribir.

Agarré el cuaderno que me regaló la abuela un día que salimos a comprar, y empecé a escribir todo lo que me estaba pasando, todo lo que sentía día a día.

Así comienza mi historia de amor. Escribí con letras bien grandes:

"Aimara ama a Julián. Julián no ama a Aimara"

Las madrugadas de JulianWhere stories live. Discover now