Capítulo único.

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Habían pasado varias horas silenciosas, llevaba días sin comida o agua que pasasen por mi boca, meses con el alma vacía. La tristeza era mi continua compañera, mi carcelera. Las noches eran tan largas, tan oscuras, tan frías; el sol ya no iluminaba, no calentaba y el día era tan opaco como mis ojos.

"¿A dónde fue esa luz que alguna vez me guió?"

Añoro estar contigo, en los verdes prados de primavera, con esa dulce y cautivadora sonrisa, esa piel tan blanca como la porcelana, y labios tan finos y rozados. Parecías un hada, sacada de los más bonitos y preciosos cuentos de fantasía; una hermosa flor a su máximo esplendor.

"Pero toda flor, por bonita que sea, se marchita."

Fuiste el sentido de mi vida, la alegría de mi hogar, la esperanza de mi alma. Tú llegaste a romper los muros de mí congelado corazón, me diste el deseo de continuar, de querer vivir para ti, por mí, por los dos. Te sostuve entre mis brazos, derrotando mis miedos con solo un abrazo, soñando despierto con un beso, amando con tu eterno recuerdo.

Como cruzadas, nuestro enfrentó cada batallón de prejuicios, causados por la aterrorizada humanidad, que con la vista nublada, no observó nuestro inocente romance. Su inculta e ignorante mente no valoró lo que nosotros sí hacíamos, que nuestros cuerpos y almas crearon en la noche de unión; la noche en donde con desprecio nos vieron.

"Escapemos juntos, a un lugar mágico..."

Quizá nuestra paz finalmente había regresado, y con ello la emoción que expresamos una tarde de verano, cuando de nuestro afecto surgió el fruto de aspirante júbilo. Hechizados por la felicidad de ser los mejores padres del retoño en camino a una cálida familia, olvidamos lo impuro y desagradable de lo que nos rodeaba.

Desearía haber seguido junto a su ser, a su magnifica presencia, para formar una historia que todos escucharían, que añorarían vivir, escribir un cuento de hadas con el más precioso final feliz.

"Pero el destino tenía otros planes..."

Antes de siquiera notarlo, ya estabas lejos de mí, tu primorosa sonrisa desvaneció, tus lúcidos ojos se apagaron, tu gentileza se perdió; Yacías muerta, en lo que fue la pura y blanca nieve, despojada de la vida, de tus sueños, de deseos y añoranzas. Las lágrimas, de mi rostro apenado, caían con dolor y rabia. Tus manos que alguna vez fueron tan acogedoras, ahora frías y manchadas de tu propia vitalidad, de tu sangre.

"¿Por qué debían partir, amada mía?"

Cogí tu cuerpo de entre la nieve, caminé horas largas contigo en mis brazos, llegando al claro en donde vi tu dulce esencia por primera vez. Y como si la tierra supiera, flores tan lindas te esperaban.

Sabía bien que debía hacer, y solo recosté tu cuerpo entre los pálidos lirios, limpié con cuidado tu rostro, besé por última vez tus labios. Al verte tan apacible, quebré en llanto, gritaba por lo cruel que jugó el destino, ahogando y muriendo por dentro. Y como un ángel, partieron, tan lejos de mí.

Ante tu fina estampa, el sol brilló para ti una vez más, las flores adornaron tus negros cabellos, la tierra te vestía en vestidos blancos, y quien fue tu protectora, tu persona hizo perdurar, para que esta nunca marchitara. Al final, tomamos caminos diferentes, nos separamos, y ya no te puedo alcanzar, ni a ti, ni quien pudo ser nuestra mayor alegría, nuestro amado fruto de amor.

Mi maldición es permanecer aquí, en donde no pueda alcanzar a un ser angelical, como solías ser tú. Esta es mi condena, sufrir y llevar estos sentimientos que cada noche desgarran y oprimen mi corazón.

"Por siempre, por la eternidad."

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