Fantasma pálido

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Capítulo 2

Dos meses después.

Me costó admitir que aquello me había dolido. Demasiado.

El recuerdo era como una afilada daga, una atascada en mi pecho que se removía cada vez que menos lo esperaba. Tantas veces que el dolor que provocaba ya había pasado a convertirse en una costumbre insoportable que trituraba todas mis emociones y terminaba convirtiéndolas en una sola: melancolía.

Durante todo ese tiempo las noches parecieron eternas, los llantos incesantes y las incógnitas sin ninguna respuesta convincente a mi ingenuo pensamiento. Solía creer que siempre había una respuesta para todo, incluso para lo más complejo que pudiera existir. Pero esa teoría irónicamente había decidido no funcionar conmigo, ni con mi pesar; ya que todavía no conseguía respuesta alguna de por qué Álex había cambiado tanto.

La mayor parte del tiempo la gente suele darse cuenta de que algo es distinto, de que existe al menos un mínimo cambio en lo que parece cotidiano. Pero al parecer ese fue mi error, el no haberme percatado de que algo más le estaba ocurriendo, algo que no me lo confiaba ni siquiera a mí.

Pensar diferente, sentir diferente, un corazón completamente distinto. El Álex de ahora no era el mismo chico del que me había enamorado hacía dos años. La poca sensatez que le quedaba se había desvanecido junto con cada recuerdo que lo atrajera al pasado, con cada recuerdo que lo atrajera a mí. Si algo me hubiese anticipado que sería una pésima idea aceptar ir al tan sonado campamento de verano de la universidad talves nada me hubiera impedido quedarme en casa y continuar con la idea de que lo conocía totalmente, de que era hasta entonces quien yo creía que era y con quién estaba completamente encantada. Mi mente trataba de engañarse múltiples veces creyendo que talves así hubiese sido mejor.

Pero las cosas pasan, las casualidades existen y las personas nunca son perfectas.

Un nudo de pensamientos revolotearon por mi mente sin planearlo mientras intentaba prestar atención. No hubiesen podido detenerse de no ser por el llamado de Elisa dentro de la pantalla de mi ordenador.

-Perdona, creo que se fue la conexión por un momento -dije.

-Pregunté cómo iba todo por allá.

Sus ojos eran tan celestes como el cielo y sus largas pestañas como enormes cortinas que se movían elegantemente cada vez que parpadeaba, mi amiga era realmente el tipo de chica a la que te podías quedar mirando por horas a los ojos y no te cansarías de apreciar cada diferente movimiento de ellos.

-Todo está bien por aquí -me encogí de hombros antes de llevarme a la boca la pajilla de mi bebida-De hecho mucho mejor que antes.

Elisa me observó un segundo.

-Creo que no estamos siendo del todo honestas.

-¿A qué te refieres? -pregunté.

Su rostro se relajó.

-Meg, entiendo que quieras evitarlo, pero ya te dije miles de veces que guardarte las cosas no es bueno, no es...

-No es saludable -la interrumpí-Puedo morir. Sí, lo dijiste un millón de veces.

-Yo no dije que puedas morir, tonta -contestó.

-Sí lo dijiste -levanté una ceja-Pero créeme, lloro treinta minutos antes de dormir y treinta antes de despertar. Aunque a veces unos cinco minutos más por culpa de Andrés -susurré lo último burlona.

Cuando caiga la luna. (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora