La mañana después del día en que me suicidé

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La mañana después del día que me suicidé, desperté.
Preparé el desayuno, le puse miel a mis hotcakes e hice un sándwich con pan tostado y queso, me serví leche en un vaso y comí mi en mi cama. Luego, limpié el sartén, arreglé la cocina, lavé los trastos y doblé las toallas.
La mañana después del día que me suicidé, me enamoré y no fue del muchacho que veía todos los días, tampoco del parque por el que siempre pasaba para ir al colegio, ni el taller de pintura frente a mi casa y mucho menos de ese restaurant al que tanto me gustaba ir. Me enamoré de mi madre y del modo en que, sentada en el piso de mi habitación, ella se aferraba a cada libro de mi colección hasta que estos se resbalaban por las lágrimas que caían de sus ojos junto con el sudor de sus manos. Me enamoré de mi madre y del modo en que metió mi nota en una botella y luego precedió a lanzarla al vacío. Me enamoré de mi madre, que una vez creyó en mí, pero que ahora, sentada en su silla, trata con desesperación imaginar que yo aún existo.
La mañana después del día que me suicidé, salí a pasear con mi perrita, observé la forma en que su cola remolinaba con todo vuelo de pájaro en el cielo o el modo en que su paso se aceleraba cuando distinguía un gato. Vi la mirada perdida del animal cuando este recogió una rama y volteó para entregársela a su dueño pero no halló más que un espacio vacío en el que era mi lugar.
La mañana después del día que me suicidé, salí a mi jardín, donde dejé mis huellas en el aquel letrero cuando tenía apenas doce años. Al examinarlas, pude ver que ya casi se han borrado. Luego recogí algunas flores, arranqué algo de hierbas y observé a la vecina por la ventana mientras leía la noticia de mi muerte en el periódico.
La mañana después del día que me suicidé, salí a ver cómo salía el sol. Cada flor de cada árbol se abrió como una mano saludándome.
La mañana después del día que me suicidé, regresé al cuerpo que se encontraba en el ataúd y traté de que entendiera el error que había cometido. Le conté de la belleza de los libros, del vacío y de sus padres. Le dije sobre los atardeceres, el perro, los gatos, los pájaros y la brisa. La mañana después del día que me suicidé, traté de revivir, pero luego me di cuenta que estaba enamorado y no me pude permitir terminar lo que empecé.

LA MAÑANA DESPUÉS DEL DÍA QUE ME SUICIDÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora