Gato de compañía.

2.2K 259 21
                                    

Durante, e incluso luego de esta extensa temporada en guerra me encontraba más agotado que de costumbre. El volver a casa usualmente era un consuelo para mi desgraciado temperamento, pero en esta oportunidad el agobio que me causaba mi TEPT —transtorno de estrés postraumático— de nueva cuenta había comenzado a agudizarse y a sacar lo peor de mí.

En un principio, como mi voluntad de pasar tiempo fuera de casa o con más seres humanos era nula, uno de mis amigos había concluído en que el conseguir un animal como soporte emocional sería positivo para mí, idea que curiosamente no me había planteado en absoluto. No encontré trabas al proyectarme con lo que deseaba, por lo que reparé en que un gato viejo, o maduro, con un temperamento pacífico sería ideal y fácil de cuidar, y así mi estancia en soledad se tornaría más amena.

Pero debería de haber leído mejor el sitio en internet.

Iteraba dentro de mí mismo, como si de una voz ajena se tratase, que el hecho de buscar en páginas de adopción por “gato grande maduro” desde mi perspectiva hacía referencia a un felino de larga edad; no a un compañero. Rememoraba a la perfección el momento en el que lo encontré dentro de una caja de considerable tamaño con una expresión de hastío, esperando fuera del umbral de mi puerta.

En este preciso momento él se encontraba recostado sobre el amplio sofá con la vista perdida en la televisión. Yo había optado por dictar cierta distancia sentándome en uno de los extremos, tomándome el tiempo de analizarlo con semblante serio y el ceño sutilmente fruncido. El meneo delicado de su larga cola acababa cautivando mi atención, como si se tratase del gesto más fascinante del mundo. Enaltecía, de todas maneras, el verle sereno por primera vez durante el día.

Me resultó imposible devolverlo aunque hubiera tenido la oportunidad de hacerlo, por lo que ahora me encontraba con aquél depredador que me acosaba y estresaba más que mi vida misma.

Sí debía aceptar que su apariencia física era desconcertantemente sugerente a mi juicio. Poco lograba defenderme ante los brillantes ojos color miel que me acechaban de manera constante, sus rasgos minuciosos y complexión armoniosa; incluso aquella singular elegancia que adoptaba cada vez que quería algo de mí. Pero lo cierto era que cada una de sus virtudes eran prontamente opacadas por su personalidad pérfida e insensata, siempre reacio a seguir órdenes.

Él, Tony —el cual había manifestado que era su nombre— definitivamente no era nada fácil de manejar:


Cóme mucho; todo el día. Pero sólo lo que a él le agrada.

—¡Tony, tu comida! —exclamé desconfiado mientras posaba el plato sobre la mesa; no tenía idea alguna de cómo se alimentaban los “especímenes” como Tony. De manera instantánea una sonrisa surcó mis labios al ver al de cabello castaño asomándose hacia el comedor, este mantenía sus brazos cruzados a la altura de su pecho.

—¿Qué es eso? —Su entrecejo se tensó en una mueca de disgusto a la par de sus palabras. A paso lento ya se había aproximado a escasos centímetros de mi posición.

—Es... Comida de gato —Prácticamente dudé de mis palabras puesto a que su reacción me había incomodado. Ya me preparaba paulatinamente para escuchar sus reproches.

—¿Comida de gato? ¿Crees que es eso lo que debo comer, Steve? —Su expresión, al igual que sus brazos, se tensaron aún más al no oír réplica de mi parte—. ¿Siquiera tienes alguna idea de cómo cuidarme?

—Ah —Tomé una pausa antes de abrir la boca. Mi mano diestra viajó prácticamente por inercia hasta mis propios cabellos rubios, despeinándolos, rebuscando entre mis pensamientos una respuesta contundente con rapidez—. Supongo que te daré algo de mi comida.

Gato de compañía「Stony」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora