Para llorar necesito hacerlo entre almohadas, en una plena y abundante soledad. No puedo hacerlo frente a personas que conozco, con ellas sonrío, finjo. Y no es por hipocresía ni falsedad. Es porque a la hora de sufrir necesito ese anhelado silencio. Necesito que mis pensamientos reboten contra un muro y me abofeteen de vuelta. El tener una persona cerca mío me dificulta el pensar, rápidamente trato de sonreír y mostrar que estoy bien aunque todo indique lo contrario. Es como si me viera obligada a tragar cemento en polvo. Así de complicado es. Claro, puedo llorar ante personas desconocidas, estas nunca más me verán. Pero compartir un momento lúgubre con alguien que estimo, me produce una pena aún más profunda. Y tal vez es por orgullo y soberbia, no soporto la idea de que me vean desorientada y endeble. Les hace tanto daño a ellos como a mi. Prefiero escapar, llorar a escondidas, encerrarme en algún lugar. Aguantar lo máximo que pueda pero volver con una sonrisa, cansada pero brillante.