AMOR PARA SIEMPRE

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Me miró con tanta dulzura que en ese momento supe que el amor existía y que nunca me faltaría.

La primera vez que nos vimos no fue la más excitante. Ambos estábamos perdidos. Yo andaba vacío y sin rumbo, probando aquí y allá, buscando aventuras que llenaran mi vida. Él había encontrado el amor varias veces, pero en todas había sido rechazado. Su espíritu estaba golpeado, pero en su corazón aún latía ese deseo de pertenecer a alguien. Eso lo supe después.

No puedo decir que yo era infeliz. Nada grave me afectaba, era eficiente en mi trabajo, tenía una buena casa y me divertía. Sin embargo, llevaba muy dentro la sensación de haber sido amado, más no completamente.

De él, ¿qué puedo decir? Claro que tuvo alegrías, igual que las mías, pero ahora se hallaba desilusionado y escéptico, así como yo.

Carla, mi mejor amiga, fue la que me dio ánimos y me dijo que no me diera por vencido, que siguiera buscando, que mi corazón necesitaba encontrar a mi "afortunado", y hoy que recapacito, luego de encontrar a Dallas, pienso lo contrario, que él fue quien me encontró.

Recuerdo que al verlo por primera vez improvisé un saludo, pero él apenas me respondió. Fue un momento incómodo en el que ambos no supimos qué hacer. Cerca de ahí había un parque y lo invité a caminar con la idea de encontrar un ambiente más distendido. Se veía cansado de perseguir amores peregrinos. Yo también estaba cansado de mantener mi corazón abierto, de modo que ninguno de los dos hizo un intento de interactuar a fondo. Caminamos hasta una banca, él se sentó a mi lado y se puso a mirar el lago que teníamos al frente como esperando a que nuestra cita terminara. A un cierto punto le hice un cumplido para romper el hielo, pero él me miró como diciéndome: "si me vas a decir algo, primero conóceme".

—¡Qué indiferencia! Se debe estar haciendo el difícil —pensé.

Esa primera cita, pues, transcurrió sin nada más qué destacar. Ambos nos quedamos viendo el lago y los pájaros que bajaban de los árboles a escarbar la hierba.

Cuando me despedí estaba seguro de que no iba a volver a verlo, así que le dije:

—Buena suerte, Dallas.

Él se giró y asintió con la cabeza. No estuve seguro si agradecía mis deseos o si, en cambio, me deseaba lo mismo, pero justo antes de que lo perdiera de vista, desde lejos volvió a girarse para mirarme de un modo tan penetrante que me dejó plantada una duda aún mayor.

Pasé dos días pensando en ese encuentro, por demás, intrascendente. ¿Cómo podía estar obsesionándome con él si apenas habíamos pasado quince minutos juntos sin hacer nada? Evidentemente, mis ansias de compañía eran patéticas. Ya había pasado por las mismas. Me ilusionaba como un tonto para después llevarme una profunda desilusión. Entonces ahora, ¿por qué debía gastar mis energías en algo que no había funcionado desde el comienzo? Dallas lo había dejado muy en claro. No estaba interesado en mí. Yo no buscaba un compañero ni meloso ni dependiente, pero tampoco tan distante, así que no entendía por qué seguía pensando en él.

Sin embargo, esa última mirada cuando nos despedimos seguía reactivando mi memoria. Algo había en esos ojos que me hablaba directamente a mí, así que llamé a Carla y le conté cómo había sido mi encuentro. Le dije que sentía un cosquilleo en el estómago y que quería ver a Dallas de nuevo. Ella, como siempre, me apoyó.

Carla ha sido mi amiga incondicional. Nos conocemos desde hace mucho tiempo y somos tan cercanos que muchos se confunden y creen que somos novios. A pesar de que nos la pasamos aclarando nuestra situación, no faltan las recomendaciones:

—Ustedes son tal para cual. Se llevan muy bien. Hacen bonita pareja —la gente nos insiste.

Carla es lesbiana, así que lo nuestro nunca funcionaría. Aun así, la gente asegura que debemos tener algo.

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