El caso del orfanato de Wells.

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Primera parte.

-¿¡que estoy haciendo!?- se preguntó a sí mismo al encontrarse escribiendo un mal intento de poesía para Alois. Tomó la hoja con sus dos manos y la alzó con desprecio. Por más que leía, y releía aquella carta, no lograba encontrarse a sí mismo en ninguna parte de ella. No había ni huellas del Ciel que era un par de semanas atrás, y ese pseudo poema como él nombró, era la prueba.

Estaba consciente de aquello, y con frustración, arrugó el trozo de papel en sus manos y lo arrojó a la papelera que tenía más próxima, con la esperanza de que sus sentimientos se fueran junto con ella.

-bocchan ¿estaba escribiendo una carta a la señorita Elizabeth? - preguntó el mayordomo, quien repentinamente apareció en su oficina, con el te de la tarde y una tarta de chocolate. Mala señal.

- ¡Sebastian! ¿acaso no sabes tocar? - evadió la pregunta del mayor.

-mis disculpas. - hizo una reverencia y se encaminó hasta la puerta para seguido salir por ella. A los pocos segundos se le escuchó golpear.

- ¡Sebastián no seas ridículo y entra de una vez! - grito con enfado.

-mis disculpas, bocchan. - se disculpó nuevamente el mayordomo al entrar. Dejo el pastel y el té de la tarde en el escritorio del joven amo y se quedó mirándole con curiosidad.

-habla de una vez, Sebastian. - gruño Ciel al saberse observado. El aludido suspiró con fingida frustración y soltó – Me temo que tenemos visitas inesperadas.

- hoy no recibiré a nadie. Estoy ocupado.- soltó con desgana. La única persona que se le venía a la mete en ese momento era Elizabeth.

- ¿Tan ocupado como para ignorar a la reina? – Charles Grey y Phipps. ¿es que acaso nadie sabe tocar?.

- ¡No puedes solo entrar a mi oficina! – se levanto de su silla mientras les gritaba.

-No estoy solo, estoy con Phipps– Bromeo Charles para provocarlo.- ahora, la reina necesita que hagas algo por Inglaterra. – dijo ya serio mientras le entregaba un sobre con la reconocida estampa de la corona.

- ¿De que se trata?- suspiro mientras tomaba la carta. No podía rechazar una petición de la reina.

-oh, bueno... en realidad es curioso. – hablo Grey, con un brillo siniestro en los ojos.- desde hace unos meses, muchas parejas han intentado adoptar a alguno de los niños del orfanato. Pero todas y cada una de ellas, luego de tres semanas han sido halladas muertas en sus casas, sin rastro de sangre, ni lucha.

- Parece que Scotland Yard no está enterado de la existencia de los venenos. No es que me importe, pero podrían beber alguno pensando que es agua y ya no tendré de quien burlarme.

-¡ja! también lo pensé. Tu trabajo es buscar el porque y llevar al culpable hasta la reina.

-Sera fácil. ¡Sebastian! prepara mis maletas. – ordeno el joven conde, apunto de salir de la habitación.

-hay algo más. – dijo Charles casi en un susurro, volteando el rostro hacia Ciel para que este notara su burlona sonrisa. – es un caso un poco pesado. La reina quiere que esta vez tengas un ayudante.

-No necesito a nadie más que a Sebastián.

-¿Conoces a "la araña"? – hablo por primera vez Phipps.

Se quedo estático, claro que conocía al que llamaban la araña. Alois Trancy, tendría que compartir un caso con el chico que lo ha atormentado todos estos días. Aun pareciendo el caso más fácil, sabía que sería una distracción.

-Es el conde Trancy, será él, el que te acompañe con esto. Dudo que Sebastian pase por un joven. – se burló Gray, recibiendo inmediatamente una amenazante mirada del demonio.

La noche había caído, y el trabajo de ese día se apilo junto al trabajo incompleto de hace una semana. Estaba exhausto de sentimientos nuevos, de sentimientos que había jurado, habían muerto esa noche consumidos por el fuego. De sentimientos, que aun después de todo, se negaba a aceptar.

De un momento a otro recordó que, en una ocasión, dos días después de lo que paso con el rubio, decidió volver con Alois incitado por una momentánea valentía. Y ya una vez en el carruaje, a solo unos pasos de la mansión Trancy entro en razón, y más aún, sintió nervios... algo que hace mucho no sentía, ni siquiera en una misión como el perro guardián de la reina. Luego de aceptar sus nervios y reconocer que lo que estaba haciendo era una idiotez (según él) dio la orden, con dificultad, de volver a su mansión. Sebastian, ajeno a los sentimientos humanos, pensó que el joven estaba comenzando a enfermarse, así que, sin protestas ni preguntas regresaron de inmediato.

Por otro lado, si llegaba a aceptarlo, era inútil pensar en una relación con el rubio, y más aun sabiendo que su matrimonio con Lizzy estaba a la vuelta de unos años. Esa revelación le dolió más de lo que se atrevería a admitir.

Finalmente, cansado de pensar, se durmió.

Ese mismo día a las 10 AM en la mansión Trancy

-Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere, me quiere, no me... ¡como que no me quiere, flor inútil! - el jefe de los Trancy le gritaba a un lamentable tallo que era el único resto de lo que fue una camelia.

- joven amo, me gustaría que quedara al menos una flor en el jardín. - se quejó Claude con su semblante imperturbable.

-silencio. – sentencio Alois y seguido soltó un fuerte suspiro. Dejó caer todo su peso en la silla y arrojó el tallo a un lado, junto con los demás tallos de camelias que habían corrido la misma suerte.

El joven rubio había decidido tomar el desayuno en el fresco de su jardín. La mañana era fría, como todas las de Inglaterra, pero ni el frío de la temprana Inglaterra lograba que vistiera pantalones largos. Antes de sentarse a desayunar había decidido dar un paseo por el jardín, donde encontró unas hermosas camelias blancas, y sin pensarlo mucho las arranco, e ignorando que su te enfriaba, se dispuso a despojarlas de sus pétalos durante más de una hora.

Luego de que las flores le dieran siempre el mismo resultado, dispuso que ya era hora de, por fin, tomar desayuno. Al momento de beber su té se encontró con la sorpresa (aunque no era sorpresa para ninguno de sus sirvientes presentes) que este estaba frio. Hizo una mueca de disgusto, y con un movimiento derramo todo el té en el piso. – Claude, tráeme un té decente.

El mayordomo, ya acostumbrado a sus berrinches, camino hasta la puerta con la intención de ir a preparar un nuevo te, y tal vez escupir en el, pero fue interceptado por Hanna, quien traía en bandeja una carta para el joven.

Al finalizar de leer la carta, volteo el rostro hacia los tallos con una sonrisa ladina –¿con que no me quiere eh?.

Poco le importo que la flores dieran siempre el resultado "no me quiere" tampoco le importo el caso, solo pensaba en que el destino le dio una oportunidad para estar juntos, y no la desperdiciaría. 

mayordomo por un día (alois x ciel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora