Estoy en un acuario. Los peces de diferentes colores nadan alegremente mientras una niña les avienta un trozo de pan.
Voy a ver a los tiburones, pues acordé que lo vería ahí.
Miro el reloj. Son la 1 en punto. Él me dijo que lo esperara hasta la 1:05 y si no aparecía debía irme.
Mis manos sudan, estoy nerviosa. En verdad espero que aparezca. Lo extraño.
Las risas de unos niños me distraen por un momento. Hoy es el día en el que le debo decir que... estoy embarazada.
Veo el reloj 1:01
Siento que alguien me abraza, solo él podría abrazar así.
-Me alegra que hayas venido.
Entonces me aprieta contra él y me llega un aroma, no es como él huele.
-¿Qué le hicieron?
-Lo que solemos hacer, hermosura.
Le doy una patada en la entrepierna.
-¡Perra! - suelta con un gruñido. - Me las vas a pagar, amor.
Empezó a besarme el cuello. Me daba tanto asco estar tan cerca de él. Empecé a luchar con él hasta que sentí que mis pies se alzaban del suelo y que entraba en contacto con el agua, unos dientes desgarrando mi piel...
Mi despertador me salva de aquella pesadilla. Al bañarme, el agua me recuerda a la sensación de caer en el tanque de tiburones y me da un fuerte escalofrío. Me pongo mi feo uniforme de educación física y mientras cepillo mi cabello empapado frente al espejo, agradezco que este sea el último año que llevaré educación física.
Al subir al autobús, me doy cuenta de que Martín ya está ahí con su uniforme de educación física que aunque sea el mismo que yo traigo, pienso que se le ve mil veces mejor que a mí. Intento pretender que no lo vi, pero cuando me iba a voltear me saludó con una mano, por lo que decidí acercarme y sentarme junto a él.
-Hola - dije un poco tímida.
-Hola - respondió con una sonrisa radiante. - ¿Cómo dormiste? - preguntó mientras se recargaba en la ventana para verme.
-No muy bien en realidad. - resoplé. Él se sorprendió.
-¿Por qué?
-He tenido muchas pesadillas en estos últimos meses...
-¿Pesadillas? ¿De qué tratan?
-Cada una es distinta, en todas estoy buscando algo o a alguien y siempre... muero...
Parecía que intentaba procesar cada palabra que salía de mi boca como si se tratase de algo realmente extraño.
-¿Cómo fue esta vez?
-Un tanque de tiburones. - respondí rápidamente.
-Ya veo...
El resto del camino estuvo callado y con una cara seria, como si estuviera pensando algo realmente profundo.
Cuando llegamos a la parada donde teníamos que bajar tuve que hablarle un par de veces para lograr sacarlo de sus pensamientos.
-Nos vemos en educación física Adelaine. - Me despidió con la mano mientras se dirigía a su salón.
Oh no. Educación física.
En realidad no es que no me gustara hacer ejercicio, he de admitir que sí me gusta, sin embargo, la profesora Kimber, a la que apodamos "Donber" (mezcla de dona y Kimber) no es fan del deporte, pero le gusta ver cómo sufrimos mientras nos pone a correr y a hacer cualquier tipo de actividad física que genere dolor.
Kimber hizo sonar su silbato.
-Hoy vamos a jugar quemados. - dijo con su típica voz gangosa que hacía notar que comió otra caja de donas antes de entrar al gimnasio. - Martha y... el nuevo. Ustedes serán los líderes hagan sus equipos.
Martha escogió primero y en cuanto Martín volteó a ver a quién podía escoger, se decidió ir por mí.
Después de que terminaron de escoger, Kimber sacó una pelota azul.
-Para que estén motivados a jugar bien, les diré que el equipo que gane podrá descansar e irse el resto de la clase, pero el que pierda... tendrá que hacer la serie de actividades físicas que marca el pizarrón antes de marcharse.
Todos volteamos a ver al pizarrón que decía:
Correr dos veces la pista de 400 metros.
Subir y bajar las escaleras 6 veces trotando, 2 veces de cojito con cada pie y 2 veces de espaldas.
150 abdominales.
50 lagartijas.
50 sentadillas.
500 saltos de cuerda.
Magnífico, Martín verá que soy terrible en quemados y además haré que mi equipo gane un buen castigo.
-Que empiece el juego. - Kimber hizo sonar su silbato.