prólogo.

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De pequeño siempre tuvo muchas fantasías, de pequeño siempre pensó que podía hacer esto y aquello: pero ahora, de mayor, aquellas fantasías y sueños fueron arrastrados por el frío viento invernal que poco a poco se hacía más fuerte. Lee Minho estudiaba de vez en cuando, cuando su mamá estaba lúcida y podía llevarlo a la universidad — lo cual era una o dos veces por semana —, sino siquiera se molestaba en levantarse temprano. Bueno, a veces siquiera se molestaba en dormir.

En la mente aún tiene un vívido recuerdo de ese día, recuerda el sonido del amanecer y la agradable sensación del viento mañanero colándose por su ventana rota; recuerda cómo le acarició la mejilla, como si tratara de decirle que despierte. Y bueno, eso hizo. No le sorprendió ver a su madre dormida en el sofá ¿cuánto había bebido anoche? ¿Dos, tres o cuatro botellas quizás? No se molestó en contar, no se molestó en hacer que su decepción creciera; ordenó la sala, arrojó las botellas — igual si no estaban vacías — al basurero y dejó una nota para su madre donde le avisaba que iría un rato a caminar para despejarse.

Notó que las calles eran todas iguales, quizás alguna que otra fisura de diferencia, pero todo se veía exactamente tan igual. Tan gris. Tan aburrido.

Le llevó exactamente trece minutos llegar a aquél callejón que se encontraba al lado de un viejo almacén abandonado; «El Callejón del Origami» recordó que alguna vez una amiga suya le mencionó que así habían nombrado a aquel solitario sitio debido a las hermosas flores hechas de papel, cuyos colores eran simplemente un deleite para la vista. Eran algo hermoso y único, la persona que hizo eso — se notaba — era un verdadero artista.

Pero Minho no creía eso, porque él sabía que esas flores eran un simple reemplazo.
Él sabía que había hecho esas flores — porque, vamos, fue él — pensando en rellenar cierto vacío en su pecho; así que eso eran, un reemplazo. Y por más que se esforzara sabía, también, que jamás podría rellenar ése vacío en su pecho; estaba condenado a vivir como una persona vacía por toda la eternidad.
Como ya era costumbre sacó una tijera y hojas de su mochila; empezando con su trabajo. No se tomó molestia en ir demasiado rápido, primero porque eso provocaría varios errores y segundos porque — casi — nadie vivía hacia esa zona, así que no había posibilidad de ser visto.

— Mierda. —Murmuró, cuando en busca de una botella de agua terminó topándose con una vieja máscara de color blanco y algunos detalles rojos, ¿cómo había llegado eso a su mochila? No lo recordaba.

Quizás ella la puso ahí. No pensó demasiado en eso ¿por qué preocuparse demás por una simple máscara? De todos modos Minho siempre sintió que llevaba puesta una.

Antes de que se diera cuenta dos flores estaban listas; una roja y la otra amarilla. Se levantó y empezó a buscar algún lugar donde “plantar” aquellas flores artificiales. En su pequeña búsqueda se topó con la imagen de un chico algo menor que él hecho bolita, y podía oír cómo este sollozaba sonoramente mientras parecía pronunciar alguna especie de nombre; Minho no sabe qué le aterró, pero algo lo hizo, así que silenciosamente retrocedió y se adentró en aquél viejo edificio que algún momento momento de su infancia llamó castillo.

Desde la ventana observó su jardín de papel, sonrió al recordar todos aquellos comentarios positivos sobre su trabajo mas en cuestión de segundos su alma se vió adolorida al recordar también los malos comentarios. «Si un hombre hizo eso seguro es marica», «Contamina el medio ambiente », «¿Eso? hasta mi hermanito de cinco años lo haría mejor»; esas palabras cortaban como papel y atravesaban su piel como espinas.

Aquel lugar en ruidas era el
«Reino de la Tristeza De Minho», y su jardín no era más que flores artificiales capaces de cortar.

Se soprendió al ver a aquel extraño en su jardín, y aún desde la ventana notó sus ojos rojos e hinchados, pero también notó la fascinación que éstos desprendían. Por un milisegundo, por un momento, Lee quiso ir junto a él y preguntarle qué había pasado pero algo se lo impidió y no es sólo miedo, ahora también era vergüenza.

Suspiró rendido, sin saber muy bien qué hacer, entones sus ojos se posaron sobre aquella máscara que había traído accidentalmente, la idea parecía idiota al principio pero era eso o nada. Así que finalmente — y con la máscara puesta — fué dónde aquél desconocido había estado momentos antes. Al principio lo observó ahí, en silencio, meditanto y procesando cada cosa que hacía y cada paso que daba; admiró en silencio cómo a veces parecía sonreír para las flores, dejando ver que poseía una de las más hermosas sonrisas que Minho jamás había visto.

¿Cuál es tu nombre?

Los ojos del más pequeño se abrieron de par en par con sorpresa reflejada en cada uno. Y de nuevo volvió a insistir.

¿Tienes un lugar adonde ir? Oh, ¿podrías decirme? Te vi escondido en este jardín.

La boca ajena se entreabrió un poco, aprovechó y con sus ojos delineó hasta el más mínimo detalle de sus labios.

— S-soy Jisung. Vivo como a cuarenta minutos de aquí, p-pero tomé mal el autobús y acabé frente al callejón, como no me sentía muy bien decidí descansar por aquí, y-yo... ¿Está molesto porque estoy aquí sin permiso? —Ya no había sopresa en sus ojos, no, ahora lo que allí había era vergüenza.— ¿Quién es usted? ¿Por qué la máscara?

Su voz era tan aterciopelada, tan suave, parecía acariciar delicadamente a Minho; quién negó un par de veces con la cabeza, su voz se había quedado atrapada en su garganta y el nudo allí no le permitía salir.

— ¿Quién eres? ¡no es justo, yo te he dicho mi nombre!

— Minho. —Aquello fue un susurro, pero uno fuerte y lo suficientemente claro para que el otro entendiera.

Jisung sonrió amplia y cálidamente cuando —por fin — supo el nombre del extraño enmascarado. Algo que Minho notó fué qué, la calidez que desprendía Jisung era real;
muchísimo más real aquella calidez que su misma madre ofreció mil veces.  Los abrazos, toques y roces que la madre de Minho le daba a este siempre eran vacíos fríos, por un instante se preguntó ¿podría Jisung brindarle calidez con un simple roce?, su atención fue a parar a la pequeña mano impropia, que sostenía una bonita flor — obviamente falsa — de color azul, era una rosa muy bonita.

Se relamió los labios y se dió cuenta de que quería sostener su mano. Pero no debía, no podía.

— ¿Por qué la máscara?

— ¿Por qué no?

Silencio.

—... ¿Quieres esperar el autobús conmigo?

Sus ojos vuelvieron al rostro del más joven, apretó un poco los labios al darse cuenta de seguía sonriéndole.

“No me sonríasquería pedírselo, porque no le gustaba la sensación de su corazón acelerándose. “Miénteme” oh, ¿por qué no lo hacía? ¿Por qué no le mentía a Lee y se marchaba dejándolo solo con una simple excusa? Todos hacían eso. Así la vida lo quería, así el destino lo quería; ¿quién se creía Jisung para poner a prueba el destino?

Minho no podía, no debía acercarse a Jisung; porque sabía que aquello era un juego peligroso y él había perdido las ganas de jugar hace tiempo.

¿Minho?

Y ahí estaba él, insistiéndole a un desconocido enmascarado; ¿acaso era idiota?

De acuerdo.

Y no supo cómo ni por qué, pero aquellas palabras sirvieron de semilla para una gran amistad que día a día crecería más y más en aquel artificial jardín.
El problema era ¿cómo florecería en pleno invierno?

THE TRUTH UNTOLD # MINSUNG.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora