Julieta

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Nunca pensé que llegaría a ver esto, de los ojos del Bigotudo brotaron unas cuantas lágrimas, luego dobló aquel trozo de papel y se retiró con paso tardío hacia su carpa. Yo que ya era uno de sus mayores confidentes, me fui detrás y me le senté al lado. 

- ¿Pasa algo?- le pregunté  delicadamente mientras lo miraba a los ojos y me apoyaba en su hombro.-Nada, Pulga, vete ya y dile a los demás que alisten sus cosas- replicó, bajándome la mirada. 

- Pulgoso, cuénteme la verdad. Ahora que le pasó- Insistí. Nuevamente salieron lágrimas de  sus ojos, pero ahora eran como chorros de manantial. - ¡NOS MATARON AL CHE, MALDITA SEA!- me gritó tan fuerte, que su profundo dolor penetró en mi corazón y me quedé pasmado. 

-¡¿Qué?! debe ser una joda- reproché con la voz algo aquebrantada. 

-Posta, en el comunicado practicamente se estaba despidiendo - Me respondió mientras encendía su pequeña grabadora para escuchar la misma canción de siempre, los pordioseros de Carlos Gardel, canción que curiosamente nos traía buenos recuerdos a los dos. En un instante el Bigotudo con un cigarro en la boca y los ojos algo empañados, me dio un beso en la mejilla, salio de la carpa y mandó a todo el mundo a empacar.

Ya estábamos bajándonos del tranvía, cuando se armó un quilombo en la estación - ¡Pulga, andáte!- Me gritó Olmedo mientras se puñeteaba con unos cuantos policías. Yo salí enfletado, como era de costumbre y sin pensarlo dos veces atravesé casi todo Buenos Aires para poder llegar lo más rápido posible a la dirección que  el Bigotudo me había dado. Después de varias horas llegué a un barrio algo clasudo, se veía que no eran ningunos jutinianos.

Apenas toqué la puerta del 506, una mujer de tez clara y de aproximadamente unos 40 años,  abrió la puerta con la angustia reflejada en su cara. -Vos debes ser uno de los del Pulgoso, ¿cierto?- me dijo con tono desesperante -Si señora, vengo en nombre de Olmedo, su marido, El ...- inmediatamente me tapó la boca con una mano y con la otra me jaló hasta hacerme entrar en su apartamento. 

-¿Sos idiota? no menciones a Ernesto en esta casa, muchos lo odian acá. Vení, dejame verte-, cerró la puerta y me llevó hasta la sala. Era un lugar muy acogedor, quién pensaría que uno de los hombres más perseguidos del país tuviera una morada así.

En seguida, la señora Hilda (así se llamaba la pareja del Che), me enseñó cada uno de los rincones de su casa, mientras me cuestionaba infinidad de veces. Ya estábamos cenando, cuando tocan intensamente la puerta, doña Hilda abrió de golpe e inmediatamente vi algo que me transportó de toque a otro mundo.

Mi Pequeño SamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora