-5-

1K 178 21
                                    


Todo el fin de semana me fue imposible dormir en armonía. Pensando en mis fabulaciones, llevé mi inquietud a Germán Pzifer, mi psiquiatra.

─Entonces, vos creés que te tocó un hombre que hace meses que no demuestra actividad muscular ─reiteró mirándome fijamente.

─Si. Pero es evidente que para vos estoy loca ─aseguré removiéndome sobre mi silla. Puse las manos bajo mi trasero caliente.

─No dije que estuvieras loca, quise que escucharas de mi boca lo que yo escucho de la tuya.

─¿Y qué gano con eso?

─Decime vos.

Rolé los ojos mirando la bovedilla del techo de su consultorio. Desplomada en el respaldo de la cómoda silla, tapé mi cara con ambas manos.

─Germán, sé que suena como una locura, pero te juro que sentí que sus dedos se levantaron y me tocaron antes de irme. ¿Por qué no confiás en que lo que te digo es cierto? ─rogué su comprensión.

─Lo que creo es que estás tan necesitada de afecto y tan aburrida de tu cotidianidad que tu inconsciente te está haciendo sentir cosas que no son tales.

─O sea, sostenés que estoy loca.

─No.

─Grrrrr...─gruñí, envuelta en un laberinto sin salida.

─Carolina, tendrías que intentar ampliar tu círculo de amistades. ¿Por qué no retomar contacto con Patricia, con Micaela...con Soledad?

─Porque no quiero tener a esas tres traidoras como amigas.

─Ellas quisieron defenderse, tal como hiciste vos.

─Ellas quisieron defenderse a expensas mías, Germán. Dijeron que estaban durmiendo y sumamente borrachas. Amparadas en todo el alcohol que tenían en sangre, fue fácil desligarse. Yo quedé re pegada. Sola. Ninguna de ellas fue capaz de llamarme. Fueron tan hijas de puta como Manuel.

─¿Y qué tiene que ver Manuel en todo esto? ─poniéndose la mano bajo su barbilla, me miró con sus ojos oscuros penetrándome el cerebro.

Esa posición de analista sesudo me incomodaba siempre.

─Me llamó. Ayer ─suspiré, tomando una lapicera de un cilindro de aluminio con agujeritos.

─¿Y qué sentiste?

─Al principio no reconocí el número. Se lo cambió aduciendo que después de mi tragedia lo molestaban mucho.

─¿Y qué más te pasó por la cabeza?

─Que tenía ganas de gritarle en la cara lo que contuve todo este tiempo.

─¿Lo hiciste?

─No, estaba en el hospital y era muy tarde. Me pidió que nos veamos.

─¿Y qué dijiste?

─Que no quiero.

─¿Pero te gustaría verlo para decirle lo que tenés guardado?

─...seee...

─¿De qué te serviría?

─Creo que de alivio.

─Entonces, ¿por qué negarte a verlo? ¿Te dijo para qué quiere hablar con vos?

─No.

─¿A qué le temés?

─¿Perdón?

─Ambos necesitan verse, aunque vos no quieras. ¿A qué le temés todavía como para no hacerlo?

Como el Ave Fénix - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora