El sótano

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Desperté en una cama que no era mía, tenía sólo dos sábanas, una almohada y un colchón deshilachado que apenas podía contener mi peso actual. Me pregunté porque estaba allí, pero verdaderamente no me importó, lo único que quería era salir de ahí. No reconocía nada como propio, nada de nada.

Observé detenidamente la habitación y nada me resultaba familiar y así caí en la triste verdad, una que por algunos momentos me estaba negando a afrontar: había sido secuestrado. Vi una ventana cerrada, un espejo y un candado sujetado a la puerta del cuarto. Todo parecía irreal, nadie sabía mi paradero, ni siquiera yo.

Me detuve para calmarme, necesitaba pensar que alma perversa me había secuestrado y con qué objetivo. No lo encontré. Poco a poco fui reduciendo mi lista de enemigos y quedó en cero, si, en cero. Nunca le causé tanto dolor a alguien para que quisiera hacerme esto, al menos que yo recuerde.

La habitación, que estaba recubierta de madera como un antiguo sótano lo estaría, tendría unas medidas de 5 metros de ancho por 3 de alto, haciendo difícil pero no imposible mí salida por la parte de arriba. Pude divisar también algunos clavos salidos de las maderas, que si son usados correctamente, con astucia y precisión, podrían ser muy útiles para salir de aquí.

La escena no era mejor o peor que cualquiera que haya visto en alguna película o me haya imaginado cuando leía en algún libro el típico "fui secuestrado", era similar o casi igual a como siempre pensé que sería: una habitación lo bastante ancha para poder caminar alrededor en tiempos de aburrimiento absoluto, lo bastante alta para poder intentar escapar por alguna apertura superior y lo bastante incómoda para pensar en la incertidumbre desde el minuto en que desperté.

A pesar de las reminiscencias había algo diferente, algo que no suele encontrarse en los libros o en las películas en una "habitación para secuestros": un espejo. Mirándolo desde afuera diría que es un toque original, pero considerando que lo estoy viendo, efectivamente, desde la posición del secuestrado me parece que es un poco enfermo, ya que el espejo refleja las peores cosas de cada uno, sobre todo en estos momentos donde la preocupación se apodera del cuerpo, y las penas del alma se hacen cada vez más visibles de lo que realmente son.

No tengo idea qué hora es, ni mucho menos que día lo único que recuerdo es que me encontraba durmiendo en mi casa después de llegar del trabajo y desperté aquí, en una especie de sótano como prisionero como si hubiera cometido algún delito o si mereciera ser castigado por algo. Dado que no pude encontrar consuelo en mis pensamientos me refugié en el sueño. Aproveché la cama que estaba en la habitación y tomé una siesta, dudo que sea lo que necesito pero al menos creo me servirá para poder repensar las cosas y destrabar la manera de salir de éste embrollo.

[...] Ya resignado después de la siesta comencé a ver mi pasado detenidamente, como si fuera una secuencia en cámara lenta. Como en el de todos había cosas buenas y cosas malas. Las buenas eran por ejemplo salir campeón con el equipo de fútbol del secundario, alguna que otra cena con amigos, mi primer ascenso laboral mientras que en las malas se encontraban travesuras del colegio, matando animales en un concurso de caza auspiciado por la empresa y ver morir a un anciano que estaba siendo golpeado por algunos ladrones en la vereda, sin poder hacer absolutamente nada.

La última imagen era un poco confusa, porque si bien no era algo malo era más que nada una situación de impotencia y angustia, dado que mi físico no es muy portentoso, y seguramente si me enfrentaba contra ellos perdería. Sin embargo, ellos no me importaban, eso no fue lo que quedó en mi visión del pasado, era él, el anciano. Mientras estaba siendo brutalmente agredido por esos rufianes lo único que hacía era mirarme, me sugestionaba, me preguntaba con sus ojos en lágrimas porque no estaba haciendo algo para ayudarlo, ya sea entrometerme en la pelea o simplemente llamar a la policía.

Sus ojos se quedaron en mi cabeza como si fueran los de una persona antes de morir, quizás lo eran, sólo sé que siento escalofríos cada vez que los recuerdo y si bien quiero olvidarlos, no puedo. Día o noche cuando pienso que ya desaparecieron de mi subconsciente, vuelven a aparecer como si fueran acusadores, que me señalan con el dedo y me dicen una y otra vez que soy el responsable de la golpiza que le dieron a ese hombre. Sinceramente desconozco si murió o no, pero no importa. Sus ojos siempre seguirán presentes en mi memoria.

Sin poder escapar de ese recuerdo tormentoso traté de mezclarlo con uno bueno, para poder subsanarlo, entre ellos recordé que gané un campeonato de judo en mi infancia. A pesar de que pensé me reconfortaría tuvo el efecto contrario, la culpa fue mayor ya que con ese poder, ese conocimiento, pude haberme enfrentado a ellos y quizás salir airoso, o por lo menos llevar al anciano fuera de peligro. Pero no lo hice.

Otra vez, limpié mi cabeza y me dediqué a caminar por la habitación. Supuse los ojos del hombre mayor no podrán alcanzarme en mis pensamientos si me mantengo en movimiento, pero había un problema: no había mucho lugar por donde moverse. Me detuve en el otro punto de la habitación que no podía ser "caminado", el espejo. Ese espejo que me pareció siniestro cuando recién llegué y que todavía lo sigue pareciendo. Miré mi reflejo, me asusté. Abrí los ojos y vi la misma imagen que quería olvidar el anciano siendo golpeado, pero ésta vez por mí. ¡Era yo, era yo el que lo estaba golpeando! Apenas vi esa figura salí corriendo como un niño después de haber visto un monstruo.

Ya en la cama me era imposible negar lo que vi, si bien creo que fue una ilusión realizada de forma conjunta por mi mente y el espejo, podría llegar a haber algo más. Comencé a dudar. Me llené de miedo porque ahora cada vez que trato de recordar el hecho más trágico de toda mi vida, me veo siendo partícipe necesario del crimen y no como siempre me vi: un testigo lento incapaz de hacer algo en esas circunstancias.

Tratando de mantener la compostura como así también los fantasmas dentro de mi cabeza, volví al espejo como un boxeador que busca revancha después de haber perdido el primer round. Me enfrenté al espejo y me vi, no al anciano. Eso me tranquilizó. Sin embargo, algo no estaba bien. Mis ojos se tornaron completamente amarillos como si estuvieran endemoniados y mis puños estaban llenos de sangre, mi ropa, mi todo, lleno de sangre. La cara en mi rostro reflejada en el espejo era distinta a la mía, no sólo por mis ojos. Si bien dudo que gesto he hecho mientras lo miré, su gesto, el del reflejo, era inamovible. Una cara de tristeza que representaba la más baja de las decepciones.

La duda volvió a invadir la habitación como si fuera una invitada de lujo, quizás hasta mejor invitada que yo, que había sido arrastrado ahí contra mi voluntad. Otra vez dejando atrás el espejo, miré mis manos y la sangre salía a borbotones de ellas. Era inentendible, sangre saliendo de mis manos sin haberme lastimado o haber hecho cualquier tipo de movimiento brusco. Poco a poco mis piernas empezaron a debilitarse, ya no podía estar parado. Tuve que arrodillarme porque no podía confiar en mis piernas.

Arrodillado ya, sin importarme la sangre, me tomé la cabeza y de forma desesperada empecé a rascarme porque picaba demasiado. Cada vez que me refregaba, la vista que tenía era más desagradable que la anterior. El movimiento desenfrenado de mis ensangrentadas manos hizo que me arrancara el cuero cabelludo, el piso estaba lleno de pelo con piel y algunas partes de mis sesos. Las manos seguían sangrando pero ésta vez manchadas con un líquido negro parecido al alquitrán. Como si no quisiese irse, la picazón comenzó a bajar.

El dolor era insostenible, volví a rascarme, cada vez con más encono, y sentí como mi ser se desfiguraba poco a poco. Ya no tenía cara, todas mis facciones habían desaparecido, lo único que quedaba eran pequeños rasgos de la nariz y mis ojos. En un intento fallido para evitar que el ardor llegue a mis retinas desgarré mis ojos y los tiré. Metí a mi boca lo que sobraba del parietal que tenía en mi mano y lo saboreé como si fuera la última cena.

[...] Al final entendí, quien quiera que sea el que me puso en este calabozo, lo hizo con el objetivo de volverme loco. Tristemente debo decir que lo logró.

Por Federico Sanz de Urquiza

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⏰ Última actualización: May 24, 2018 ⏰

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