Capítulo único

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Disclaimer: Ni los personajes ni el universo me pertenecen. Todo es de Marvel y las empresas a las que cede sus derechos. Yo no gano nada con esta historia.

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No había villancicos ni árbol ni luces titilantes, en la casona de los nuevos vecinos. El invierno había llegado, arrastrando a Santas con aspecto de borracho y máscaras de felicidad a las calles.

Henry y su esposa Carol, tenían de visita a su sobrino Jack, por las vacaciones, luego de mudarse desde Chicago. Él acababa de retirarse y buscaba algo de calma, con su esposa de toda la vida, al instalarse en aquella casona blanca.

Esa, al menos, era la historia que John y Raven se habían inventado, en el camino hasta la nueva base. Solo para estar seguros, por si alguien preguntaba.

—Un mes —dijo Erik, después de reírse de la facilidad de esos dos para crear mentiras—. Luego daremos el siguiente golpe.
La Hermandad debió dispersarse al terminar el último trabajo. Ellos tres, terminaron en un pueblito, instalados en una vieja casa. Los tres sólos, como en los viejos tiempos en los que el joven Pyro acababa de integrarse; cuando aún el grupo estaba en reconstrucción: Magneto acababa de escapar de prisión y Mystique era la única otro miembro.

—Teñiremos tu cabello —le dijo Raven a John. Esa vez, él fue quien rió, antes de detenerse a comprar los productos que dejaron su cabello rubio.

17 días habían trascurrido desde aquello y con las raíces castañas en el cabello de Pyro, apareció algo de aburrimiento. Es que las temperaturas se fueron por debajo del cero y la casa era tan silenciosa que oías el viento soplando fuera o el rechinido de las maderas al caminar. Y si nadie obligaba a John a salir por víveres, él podía invernar casi literalmente, obligando a Raven a tomar su forma para salir con un "El chico puede morir ahí afuera, Erik" colgando en sus labios. No que no fuera cierto, pero todos sabían que solo era ella estando aburrida, pues la estúpida tapadera la obligaba; después de todo, nada había de normal en que una pareja de adultos mayores saliera con ese clima invernal.

—Le gustas a la chica de la tienda —decía ella.

—Sonríe de lado y no le guiñes el ojo, eso es de niñas —respondía John, con la naturalidad que solo alguien que convive con una metaforma podría tener.

17 días, tres personas y una casa grande: tres cuartos, dos baños. La cocina solo se usaba en el desayuno. La sala era muy fría como para pasar demasiado tiempo ahí, así que Raven la usaba para oír música en el estereo, obligando a John a usar audífonos. Las revistas de ella andaban desperdigadas en cualquier superficie plana y Erik podía pasarse algunas horas fastidiando con cualquier cosa de metal, cambíandola de lugar, pero nunca regresándola.

Era algo incómodo y se soportaban como podían. Pero había un estudio para Erik y ahí todo era más fácil.
En el estudio de Erik, había una chimenea que permanecía encendida, cada vez que el joven Pyro se escabullia silencioso en ella. Un gran escritorio ocupaba su lugar, en paralelo a la pared del fondo y en diagonal a la chimenea; no muy lejos de esta última (entre ella y la puerta) yacía un sofá que era reclamado por Raven, cada vez que una revista nueva caía en sus manos.

Mientras, Erik descanzaba detrás del escritorio y el joven Pyro tomaba su lugar en el suelo, recargando su espalda en el costado del escritorio con un libro en su regazo.

Para Erik eso estaba bien, siempre que el chico no hiciera ruido y el mechero permaneciera en su bolsillo.

Era uno de esos días, con el silencio embargando la casa, tan, tan silencioso que oían el viento soplar afuera y las páginas dar la vuelta, la voz de uno de ellos interrumpió.

Una nueva HanukkahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora