Dr.Mundo parte 2

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Al año de su llegada, los doctores concluyeron que su piel no iba a perder la extraña tonalidad brillante. A los cuatro años, descubrieron su fuerza sin precedentes cuando aplastó la tráquea de un bedel por accidente: no le había traído su golosina favorita (uñas del pie). A los seis, descubrieron que su relación con el dolor era... inusual, por decir algo.

Más concretamente, a Mundo no parecía importarle el dolor. Más aún: lo buscaba activamente. Si se quedaba sin supervisión, se clavaba objetos afilados en los hombros. Si estaba cerca de otros pacientes, era cuestión de minutos que uno o todos acabasen gritando de agonía.

El personal del asilo se cansó pronto de observarlo sin más. Decidieron que había llegado la hora de empezar a experimentar con él. Es imposible decir si empezaron sus pruebas por curiosidad médica, por el deseo de lograr algún avance científico o por mero aburrimiento. Con independencia del motivo, no cabe duda de que los médicos se esforzaron mucho por comprender el enigma morado que tenían delante.

En los años que siguieron, pusieron a prueba su tolerancia al dolor. Le clavaron agujas bajo las uñas y se rio. Le abrasaron los pies con hierros candentes y se quedó dormido. Pronto, la curiosidad científica dio paso a la más absoluta frustración: eran incapaces de obtener una reacción negativa de Mundo al dolor y no podían comprender por qué.

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