Ekko parte 2

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Sin embargo, en Zaun... Donde sus padres solo atisbaban la opresión del manto de una polución asfixiante y la lacra del crimen, Ekko era capaz de contemplar una ciudad dinámica, rebosante de energía y potencial. Era un terreno fértil para la innovación más pura, un crisol de culturas distantes, de inmigrantes unidos por el solo deseo de conquistar el futuro. Pero ni siquiera ellos podían compararse con los nacidos en Zaun.

No con los matones con aumentos, ni con la escoria de los bajos fondos, cuya infamia decoraba las portadas de la prensa de Piltover, sino con los buscadores del sumidero, los prodigios químicos, los horticultores que servían a los cultivarios. Estos, y tantos otros como ellos, eran el alma verdadera de la ciudad: personas llenas de recursos, fuertes y diligentes; capaces de transformar una catástrofe en una cultura próspera; de florecer donde otros habrían perecido. Ese espíritu zaunita cautivó a Ekko y lo llevó a construir sus máquinas a partir de la basura carente de valor para todos los demás, y lo espoleó para probarlos consigo.

No estaba solo en su empeño. Ekko se hizo amigo de buscadores huérfanos, fugitivos y cuantos tuviesen una sed de emociones y conocimientos insaciable y contagiosa como la viruela gris. Todos tenían algún talento único: de la escalada a la escultura, de la pintura a la planificación. Muchos zaunitas evitaban la educación formal y optaban por la senda de los aprendices; se hacían llamar los niños abandonados de Zaun.

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