Capítulo tres: Ecografia.

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El rayo de sol que se asomaba por la cortina rosa casi cerrada de mi habitación caía directamente en mis ojos. 

Abrí los ojos, molesta por no haber cerrado la cortina del todo. Miré el reloj el cual marcaba las 7.53 a.m. Alison yacía dormida a los pies de mi cama, sosteniendo una caja de pañuelos. Su pelo rubio formaba un velo sobre su cara evitando que se le puedan ver los ojos.

Me estiré y alcancé la caja de pañuelos sacándola de las manos de Ali y dejándola en la mesa de noche. Acomodé a Alison en una posición cómoda y la tapé.

Había estado a mi lado durante toda la noche, aguantando mis llantos. Me sentía afortunada de tener una mejor amiga así. Sonreí.

Entré al baño y abrí la ducha deseando que el agua se calentara por completo rápidamente, así podría sumergirme y acabar con mi mal estar. Me desvestí y entré sin antes comprobar si el agua tenía una temperatura aceptable para mi cuerpo. Estaba fría, pero no tardó en calentarse. Cuando lo hizo me relajé y suspiré, me sumergí completamente tapando mi cara con el agua.

"Toda la escuela se enterará si hago un paso en falso"  pensé.


No volvería a llorar, había llorado lo suficiente la noche anterior. Me estaba quedando sin aire, pero por ese momento quise quedarme así. Pensaba que estaba ahogando mis problemas. Entonces, lo recordé. Todo había sido por algo, mi bebé.

Volví a la superficie con la respiración irregular. Miré mi vientre, todavía era pequeño, la acaricié y sonreí. Calé aire.

–  América, ¿estás ahí? –preguntó Ali que se asomaba por la puerta del baño.

No me importaba que mi mejor amiga me vea desnuda. Nos habíamos bañado millones de veces juntas cuando éramos pequeñas.

–  Sí, Alison.

Se acercó y comenzó a desvestirse.

– Disculpa por entrar de esa forma. Estaba preocupada. No quería que hagas algo estúpido.

–  Descuida, no voy a hacer nada estúpido.

Suspiró y entró a la ducha.

– Eso espero –me miró con una inmensa tristeza en los ojos y tocó mi vientre desnudo– ¿Cómo te sientes?

–  ¿Con respecto al bebé? –asintió– Bien, me siento bien.

–  Estoy enojada –la miré confundida–. Sí, por lo del mensaje –asentí–. Sea quien sea, no tenía derecho de hacer eso, sabes que si...

–  Alison –la interrumpí, advirtiéndole que no siguiera.

– Está bien –dijo alzando los hombros. Me hizo una seña de que me de vuelta y lo hice. Untó un poco de shampoo en sus manos y comenzó a desparramarlo por mi castaño pelo, masajeando cada lugar de mi nuca–. Pienso que las cosas pasan por algo –empezó–. Digo, las personas cometen errores, pero luego nunca vuelven a cometer el mismo error, y si lo hacen es porque la lección no quedó clara.

–  ¿A qué quieres llegar, Alison?

–  No estoy diciendo que Castiel –reí– es un error. Al contrario, pienso que es un regalo. Lo que quiero decir es que, el destino a puesto a Tobias por algo, al igual que a Castiel –asentí mientras enjuagaba mi pelo–. Creo que algo divino te ha regalo al bebé.

–  ¿Algo divino? –alcé una ceja.

–  Tú sabes, América – hizo una pausa – Como Dios, o algo así.

Encadenada al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora