El pensadero...

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El número 12 de Grimmauld Place estaba en completo silencio esanoche. Silencio al que Harry había terminado por acostumbrarse conforme los años lo habían atravesado. Era su hogar, después de todo. El hogar que Sirius le había dado y en el que pudieron haber sido felices si los acontecimientos hubieran tenido otro giro... Sin embargo, él no estaba allí, sólo una sala sumida en la soledad, el frío y la oscuridad. Sus ojos quedaron fijos en las, casi extintas, llamas de la chimenea. Siempre acababa así cuando recordaba aquel momento en que... las cosas se habían salido de control. Para entonces, sólo había sido un niño aún con la ingenuidad y el deseo de tener una familia a pesar de que todo, en ese pasado doloroso, se había estado hundiendo en la mierda.

-Amo Potter -la desdeñosa voz de Kreacher lo sacó abruptamente de su letargo y se giró hacia la criatura. Los grandes ojos del viejo elfo penetraron su alma como de costumbre. Había logrado dejar de pensar lo incómodo que eran esos ojos cada vez que lo miraban y no estaba seguro si habían sido los años que llevaban juntos o que ya nada le importaba como antes -, Kreacher lo encontró.

Asintió y apenas murmuró un gracias. Él tampoco esperó algo de su parte y sólo lo guió a una sala de la planta baja de la que nunca había sabido de su existencia. Era un despacho, posiblemente del padre de Sirius, lleno de polvo y rodeado de libreros de viejos tomos de lectura ligera. Muchos de ellos curiosamente, no eran más que de autores muggles que Hermione solía leer en sus ratos libres: Hegel, Freud, algunos de Marx. Dudaba que Sirius hubiese sabido algo de ello, lo habría mencionado alguna vez.

-¿Siempre supiste de este lugar?

-Kreacher conoce cada minúsculo rincón de La Noble y Ancestral casa de los Black -masculló soltando insultos por lo bajo -. Allí, allí está lo que el amo Potter pidió -corrió hacia un costado del despacho. Era como una columna de madera no más alta que el elfo, cubierta con unas pesadas cortinas de terciopelo negro que colgaban desde el techo -. Kreacher lo encontró.

-Sí, bien hecho -dijo Harry acercándose a él, repasó con sus dedos la suavidad de la cortina y suspiró -. Puedes irte, Kreacher.

Sacó su varita del interior de su chaqueta y corrió las cortinas con una simple floritura. El pensadero quedó al descubierto y comenzó a levitar hasta el centro con movimientos un tanto fantasmales. Llevaba días buscando un pensadero para una misión en el ministerio, Ginny le había sugerido comprar uno, pero se había negado rotundamente. Siempre había estado seguro que dentro de aquel lugar debía haber uno entre las tantas cosas que guardaba en ella.

Llevó, esta vez, la varita a las sienes de su cabeza y cuando estuvo apunto de sacar una parte vital de su memoria, el pensadero brilló de forma inusual. Frunciendo el ceño, se acercó a este intrigado y lo rodeó cauteloso, pero la cercanía provocó ser succionado por el recuerdo sin que lo hubiera podido evitar. Cayó a gran velocidad, sin tener de dónde tomarse, sin saber dónde sería llevado hasta que sus pies tocaron el suelo con algo de agresividad.

No era un lugar que conociera, pero algo le decía que aquel era un recuerdo de Sirius sin duda. Era un campo, extenso, hermoso; primavera, eso parecía. Giró sobre sus pies intentando ver algo más allá de lo que percibía, pero no halló nada más que flores rojas y silvestres. Hasta que un par de risas contagiosas logró sobresaltarle el corazón; no muy lejos de allí, del otro lado de aquella colina, se encontraba un arroyo y en su orilla tres personas que conocía a la perfección.

-¡Al fin, bastardo! -James Potter parecía estar mirándolo fijamente, al menos, a simple vista así parecía. Sin embargo, cuando Sirius lo atravesó supo que esa mirada le pertenecía a su padrino -. Ya estábamos creyendo que no ibas a venir.

-¿Y perderme tu último día como un Merodeador libre y sin gobernar? -Peter rio divertido envuelto en una frazada fina mirando las llamas de la pequeña fogata -, jamás -sacó su varita e hizo aparecer una caja de cervezas -. Tenía que ir por ellas.

-Dijimos sin bebidas -acusó Remus mirándolo con el ceño fruncido -, ¿a caso no recuerdas la advertencias de Lily?

-Lily no sabe la gravedad de este asunto ¡perderemos a Cornamenta!

-Nadie perderá a nadie y que mañana me case con mí Evans, no significa que no siga siendo el mismo. Así que... dame una cerveza.

-¡Así se habla, Potter! Aprende, Lunático, aprende -Harry sonrió divertido mientras tomaba asiento entre ellos.

El recuerdo sólo duró un par de minutos más. Pero disfrutó esos momentos con ellos, casi no le había importado que la rata traidora hubiese estado allí. Hasta ese instante había sido sólo el pequeño, tierno y débil Colagusano, que el resto de los merodeadores habían amado molestar. Harry suponía que Sirius había atesorado ese recuerdo en medio de esos solitarios días, en que había sido peligroso ver la luz del sol después de escapar de Azkaban. Tal vez, había extrañado esos días como nadie, intentando comprobar que no había olvidado los buenos tiempos.

Nunca podría saberlo, pero aquella casualidad le había llenado el corazón y levantado el ánimo, que por una u otra razón, se había largado. De alguna manera, los merodeadores siempre terminaban siendo un pilar importante para él...

El pensadero... [OneShot]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora