Glücksklee

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"Si algo puede salir mal, lo hará. Es más, saldrá mal de la peor manera, en el peor momento y de una manera que cause el mayor daño posible".

Así rezaba la primera ley de Murphy y él, por primera vez en su vida, estaba empezando a creer que era cierta.

Hasta hacía dos meses atrás él llevaba una existencia absurdamente normal: cursaba segundo año de ingeniería en sonido, no era un alumno destacado pero estaba haciendo lo que amaba y hasta el momento no llevaba ningún suspenso. Tenía una hermosa novia que se había mudado a su apartamento a inicios de semestre y disfrutaba de un buen pasar gracias al gentil auspicio de su padre.

Todo aquello había cambiado ese maldito viernes 13. Él no era supersticioso, al menos hasta ese día.

Sólo alguien con el peculiar humor de su padre escogería esa fecha para su boda. Él había estado de acuerdo en todo momento ¡Ahh, si tan sólo hubiera sabido...!

Todo comenzó en la fiesta, cuando atrapó a su novia morreándose con uno de los meseros. Jalando un poco la hebra de la madeja, averiguó que la chica era dada a los deslices ocasionales. Aparentemente las relaciones estables y monógamas la aburrían sobremanera.

Pero su tragedia personal apenas empezaba: en los siguientes días su padre recortó ostensiblemente su presupuesto, él adivinó que instigado por su flamante madrastra. Aún solventaba la universidad, pero los gastos de su piso corrían ahora por su cuenta; sin embargo lo que más dolió fue que la tarjeta dorada con cupo ilimitado (a la que más aprecio le tenía) fue cancelada.

Cuando creía que ya nada podía ir peor, se destapó un escándalo financiero en su universidad. Varias facultades paralizaron sus actividades temporalmente, en lo que se realizaban las investigaciones. Por supuesto que la suya se contaba entre ellas.

Y ahora, la guinda del pastel: su Escalade se averió camino al único trabajo que había conseguido.

***

Llegó con media hora de retraso. El sujeto de la grúa se llevó casi todo su efectivo y lo poco que le quedó no alcanzaba para un taxi. Revisó su aspecto en el reflejo de la vidriera de la entrada, lucía bastante desaliñado, incluso algunos mechones escapaban de la goma con que sostenía la mitad superior de su cabello. Casi podía apostar a que lo enviarían de regreso sin siquiera dejarle explicarse

Estaba tan vapuleado que se entregó a la fatalidad. Ya ni siquiera tenía energías para quejarse. Resignado se acercó a recepción y le pidió un vaso de agua a la secretaria. Descansaría un momento antes de emprender la caminata de regreso, cargando el aparatoso maletín de herramientas que su amigo le había prestado.

Como suponía, su suerte iba de mal en peor. Justo cuando lucía como si un tractor le hubiera pasado por encima tenía que cruzarse en su camino la chica más sexy que hubiera visto en mucho tiempo. Estaba meado de perro, sin duda.

—Buenos días. ¿En qué te puedo ayudar? —le preguntó la diosa de ojos almendrados, con una linda sonrisa, en cuanto levantó su mirada del ordenador.

Dos meses atrás él, desbordando autoconfianza, hubiera flirteado con la chica sin problemas, pero hasta la fe ciega que solía tener en su atractivo había sido minada por los recientes acontecimientos. Por lo que, tras responder el saludo, se limitó a encogerse de hombros y exhalar con desánimo.

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