Al día siguiente un frío desgarrador entraba por la ventana del cuarto cuando al despertarme me levanté para cerrarla con cuidado. Después me di la vuelta para mirar las máquinas que descansaban detrás de la camilla.«Primera vez del día», susurré comprobando que todo estaba correcto.
Las noches no se hacían muy cómodas durmiendo en el pequeño sofá del hospital, pero era mi responsabilidad, y mis dolores de espalda mañaneros no tenían nada que ver con lo que ella tendría que estar pasando tumbada en esa camilla.
Salí de la habitación a por un café. Siempre que cruzo el pasillo en dirección a la máquina de cafés tengo la sensación de que la expendedora de refrescos me mira con celos por andar con otras. Sí, me está afectando mi estancia en este infierno.
Cuando llegué, eché una moneda y pulsé el botón de café con un poco de leche, que es como a mí me gusta, pero la máquina no respondió.
«Es la segunda vez que me pasa esto en una semana», me lamenté al recordar mi encontronazo con la otra máquina hace unos días.
Recorrí el pasillo sobre mis pisadas y me acerqué a la recepción de la planta.
–Hola, perdone, pero parece que la máquina de cafés está averiada –dije posando una mano sobre el mostrador y con la otra señalando en dirección a la máquina.
–¿Se ha tragado el dinero? –preguntó la secretaria levantando la mirada.
–Sí, creo que no le queda café –contesté.
Entonces, el joven de pelo oscuro salió del ascensor situado a uno de los lados del mostrador y recorrió el pasillo con un paquete en la mano.
Como acto reflejo, salí andando raudo y veloz detrás de él.
–Chico, ¿quieres tu café o no? –oí decir a la enfermera mientras me alejaba.
Anduve rápidamente por el pasillo esquivando un par de ancianos que paseaban con sus familiares y alcancé al joven de barba y pelo negro.
–Perdona –llamé su atención dándole un toque en la espalda.
–Dime –se sorprendió él dándose la vuelta y mirándome a los ojos.
Me quedé en blanco. No sabía que decirle. La había cagado.
–Creo que se te ha caído esto –balbuceé sacándome lo primero que encontré de mi bolsillo: un paquete de chicles.
–Umm... no tomo nunca chicles –respondió él con una sonrisa en la cara.
–¿Estas seguro? Porque juraría haber visto que se te caían del bolsillo –continué con mi mentira.
–Bueno, pues entonces será mío –dijo él cogiendo el paquete de chicles y guardándoselo.
Entonces se dio la vuelta y entró en la habitación. Yo me quedé allí en medio del frío pasillo, de pie, callado, solo, y lo peor de todo, sin chicles. Encima sin chicles.
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TONO GRIS. (#GAY) (#LGBT)
Teen Fiction"Me encontraba de pie mirando por la fría ventana de la habitación. Hacía días que las nubes cubrían el cielo y el sol solo aparecía de vez en cuando al encontrar un hueco entre ellas. Aun estando así el paisaje, hacía semanas que no llovía, las mal...