La estación

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Nunca entenderé porqué los bancos de las estaciones de tren son de metal. ¿No han pensado que cuando da el sol se calientan y quema?

Llevo varios minutos mirando a la gente que camina delante mío bajándose de cada tren que pasa y estaciona un par de minutos. Ladeo la cabeza y me doy cuenta de que hay un perro sentado en el borde del andén. Rápidamente me levanto por instinto y me acerco al animal que parece desorientado. Cuando me ve, levanta la cabeza y mueve la cola muy animado, como si de repente estuviera feliz de nuevo. Lo guío hasta un sitio seguro, el banco donde estaba sentada, y le acaricio detrás de las orejas. No entiendo bien que hace ahí solo, así que me limito a estar con él. Supongo que su dueño vendrá a buscarlo tarde o temprano. Pero eso no ocurre.

He perdido el tren que debía coger tres veces, eso significa que llevo una hora aquí y nadie ha reclamado al perro. Es un beagle, y tiene un par de cuerdas como collar. No me había dado cuenta de que ni siquiera tiene chapa. De todos modos de alguien tiene que ser. Me desespero un poco y me levanto a buscar con la mirada al posible dueño. Me muevo un par de pasos y el beagle me sigue ,moviendo la cola, hasta que veo a la única persona que aún queda a estas horas y me acerco a preguntarle por el perro. Es un hombre algo mayor con muchas canas y mirada afable.

—No —me responde—. No es mío. De hecho ese perro no es de nadie, niña. Lo abandonaron hace un par de meses. Todos aquí lo conocemos como el perro del andén. Nunca se va con nadie y a veces hace el mismo trayecto que hizo con su dueño antes de que lo abandonara. Yo que tú me iría ya a casa. Nadie lo va a venir a buscar.

Asiento y le agradezco lo que me ha dicho. Vuelvo a mi banco y miro al Beagle. Él me devuelve la mirada con unos ojos llenos de alegría y amor que me derriten el corazón y me pregunto quién sería capaz de abandonarlo. De repente siento rabia y cierro los puños, pero el Beagle me lame la mano y coloca sus dos patas delanteras en mis rodillas mirándome con esos ojos tan profundos. Y se me pasa todo. Él no se merece esto, y me propongo darle una vida mejor. Si me quiere seguir, lo llevaré a casa.

El último tren del día se detiene en frente nuestro y el beagle y yo entramos en dirección a las afueras de la ciudad. Estoy feliz porque ha decidido venir conmigo y me empiezo a imaginar todas las cosas que haremos juntos. Han pasado varios minutos y el tren se detiene en la penúltima parada. He de bajar aquí. Me levanto, pero el beagle no me sigue y se queda sentado en el suelo mirándome mientras saca la lengua. En ese momento entiendo que quiere quedarse, que quiere seguir viviendo en el tren, que añora a su dueño y que haciendo ese trayecto en tren tal vez logre encontrarlo.

Siento mucha tristeza permitiéndole quedarse ahí solo. Pero tampoco puedo obligarle a venir conmigo.

Las puertas del vagón se cierran y el perro del andén se va alejando.

Historias Más o Menos Cortas y Sin Relación Alguna Donde viven las historias. Descúbrelo ahora